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Aunque el América ganó, su casa luce diferente: el sonido no impone como antes. La falta de público generó un ambiente distinto al que había en la vieja normalidad.
Especial
Aunque está hecho de concreto, el estadio Azteca no ha sido inmune a los efectos del Covid-19: le falta energía, le cuesta despertar y se quedó sin parte de su voz, no puede rugir como hacía hace algunos meses. A pesar de que América se llevó los tres puntos, el ganador siguió siendo el virus.
Las primeras muestras de que al coloso de Santa Úrsula le pasaba algo aparecían justo a su alrededor: a media hora de que comenzara el partido entre Águilas y Xolos de Tijuana, Tlalpan no era un caos y el tren ligero llevaba convoyes semivacíos. Una estampa tan atípica como la época actual.
Sin embargo, esbozos de la vieja normalidad aparecían a las faldas del inmueble. Justo antes de ingresar, los revendedores ofrecían sus boletos en los mejores asientos; “de arriba, de en medio, ¿quieres boletos?”, preguntaban casi al filo de la avenida porque, aunque quisieras olvidar por un momento al Covid, un cambio en la rutina del pasado te recordaba su presencia.
Ante falta de potenciales compradores en la explanada del estadio, los revendedores llegaban casi hasta la puerta de autos y camiones. Por ello, esta vez no hubo inmensas filas amarillas para entrar, tampoco hubo música, ni juegos una vez adentro. Todos iban directo a su asiento en una sana distancia involuntaria: era difícil encontrar otra alma americanista en el camino.
Incluso desde la grada era posible apreciar el escudo amarillo del América pintado en la zona norte del estadio, lo cual sólo significaba una cosa: no había barra que animara el partido. No sonaban los tambores, las trompetas, ni tampoco ondearon banderas con las caras de las leyendas del equipo. No hubo una voz que uniera a todas las gargantas en una sola.
Por esta razón, al Azteca le tomó 70 minutos despertar. Durante los primeros minutos, intentó rugir cuando Guillermo Ochoa, portero del América que llegó a 100 porterías en cero con el equipo, tocaba el balón, pero no lograba espantar. Sin porras en el eco del inmueble, era posible platicar con tu acompañante, escuchar sin problema los comerciales por los altavoces y hasta comprar una cerveza sin necesidad de gritar.
El sonido local se dio cuenta del letargo en el que estaba el estadio y trató de despertarlo. Invocó al himno de la institución y justo cuando este mencionaba “América”, en las dos pantallas del inmueble aparecía la frase “Grita Águilas”, para que el público hiciera lo propio, pero el foro limitado imposibilitó un grito ensordecedor.
Mentadas de madre, reproches a ciertos jugadores y órdenes de directores técnicos de sillón se podían oír gracias a los osados que dejaban la garganta en sus gritos. También hubo pequeños grupos que intentaron animar a su equipo a anotar un gol con el “vamos, vamos, América”, pero no todos se unían y el intento se apagaba rápido.
Richard Sánchez intentó al minuto 44 que todos gritaran gol, pero el poste derecho se lo negó. Al medio tiempo, ni siquiera el águila que volaba desde el techo hasta el pasto del estadio se apareció. Era un partido con tintes de antaño: América jugaba en domingo y el ambiente más familiar prevalecía, pero no por ello era menos extraño.
Para la segunda mitad, el partido seguía empatado y sin oportunidades claras para ninguno de los equipos. Fue justo 20 minutos antes del silbatazo final cuando la gente encontró en la banca el detonante que necesitaba para unificarse: el estadio pedía el ingreso de Renato Ibarra.
Este jugador ecuatoriano fue separado del plantel el año pasado por haber sido acusado de golpear a su esposa y aunque la justicia mexicana lo absolvió de todo presupuesto criminal, hubo muchas personas que se opusieron al reingreso de Ibarra a las filas americanistas; pero esto a los aficionados que fueron al estadio pareció no importarles.
Desde la banca, el deseo fue concedido y su nombre vitoreado. El 30 de las águilas ingresó al campo y con ello el gigante de concreto despertó. Cada pelota que tocó, aunque no causara peligro en el rival, se ovacionó.
El éxtasis total llegó justo al final del encuentro cuando se marcó penal a favor del equipo local y Sebastián Córdova hizo la primera anotación americanista al minutos 91. El grito de gol que parecía ya estar ahogado salió con más fuerza y el Azteca rugió. Tres minutos más tarde, Ibarra marcó el segundo y la gente olvidó por dos segundos que había Covid: hubo abrazos, cubrebocas abajo y saludos con extraños por que había una nueva victoria.
El Azteca festejó que el América llegó a 16 unidades para ser líder en solitario del torneo y aunque aún sufre los estragos de la enfermedad, ver que sus puertas se abren es un importante avance. La vacuna para este inmueble está más cerca que ayer y pronto rugirá de nuevo.
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