Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
Ni Dante se atrevió a bajar a infierno semejante.
lfmopinion.com
Ni Dante se atrevió a bajar a semejante averno.
Quizás y entonces no existía; y sea en sí misma la transformación.
Escena semejante ni Petrarca se atrevería a trazarla.
Escila y Caribdis le huirían despavoridas; Caronte, arpías y El Minotauro no se atreverían a entrar en su oscuro laberinto.
Aquiles —el mayor de los heróes— le buscaría la vuelta, y propio Ulises les impediría a sus espectros el acceso del Octavo Círculo, el de los Consejeros del Fraude. ¡Qué hasta los infierno se reservan el derecho de admisión!
El Mictlán, alimentado de corazones palpitantes extirpados al filo de obsidiana, tampoco les hallaría lugar en su condominio.
De madrugadas, cual engendros insolentes en desmandado aquelarre, entre gritos, torsiones, dentelladas, procacidades y cantos diabólicos, salieron del fuego que los inflama y tortura en fiesta infamante y abyecta.
Nada más absurdo que festejar en y desde el infierno. Pero hay pobres diablos que se crecen a las llamas y ignominia.
Veo al Senado romano apuñalando a Julio César, pero no cantándole las mañanitas.
No alcanzo a imaginar a los padres fundadores —Jefferson, Adams, Hamilton, Jay, Madison, Franklin y Washington— desentender del diseño del Estado moderno para entonar el Happy Birthday.
Cicerón enmudecería, Demóstenes arrancaría la cicuta de las manos de Socrates para beberla de un trago; Luis XVI hubiese subido por propio pie a la Guillotina y Solzhenitsyn se hubiese rehusado a abandonar el Gulag.
Moctecuzoma, ante la muerte de su sol, con la llegada de los hombres barbados —ya que ni ellos mismos se sabían españoles—jamás hubiera festejado, ni siquiera con corazones palpitantes en mano, una fecha de nacimiento de mortal alguno.
No imagino a Disrael, Churchill o Belisario Dominguez ondeando globitos rojos en tribuna.
Veo, sí, a María Antonieta comiendo pasteles en los jardines de Versalles, a Luis de Baviera renunciar a su reino para trabajar de copista de partituras de Wagner, a Göring de tapete de Hitler y a Alcibíades soplando velitas en el pastel de cuanto rey y pueblo traicionó.
Pero ellos, al menos, eran alguien.
A la eternidad se entra por el umbral del instante. Y la mayor tribulación de la voluntad, dice Nietzsche, es ese instante que “fue”. Porque contra el pasado no hay voluntad.
Nuestro Antonio Caso dijo que el pasado es una “verdad metafísica”: simplemente es.
Pues bien, el festejo del cumpleaños de López Obrador en la tribuna del otrora “H” Congreso de la Unión, en medio de la discusión del presupuesto de egresos, fue y para siempre será.
Quizás, como Aquiles, ellos, los espectros de la madrugada en San Lázaro, en su nuevo y exclusivo infierno, deseen ser un peón de labriego pobre por toda la eternidad que cantar una vez más las mañanitas.
¡To late!
Publicado en LFMOpinión.
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