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Sí, la ley es la ley

Tres temas: dura lex sed lex; hay quien fracasa triunfando y el vacío de límites.

#TheBunkerNoticias | Sí, la ley es la ley
Por: Luis Farias Mackey
  • 07/04/2022

1.- Sí señor presidente: “la ley es la ley”: Fiat iustitia, et perat mundus (Hágase justicia —en el sentido de cúmplase la ley—, aunque perezca el mundo).

Pero más antes: REX ERIS SI RECTE FACIAS; SI NON FACIAS NON ERIS (Rey eres si obras rectamente, si no lo haces, no lo eres), dijo San Isidro de Sevilla. Donde lo recte no se define por ocurrencia, ideología, interés, calendario electoral, ni consulta popular, sino por la ley. Esa que usted protestó cumplir y hacer cumplir. Esa que lo rige y obliga.

Esa que le impide a meterse en la vida interna de la Corte de Justicia y acatar sus fallos.

Le guste o no le guste son sus jueces; no sus floreros. ¡Respételos!

Los diputados y los senadores tampoco son sus peones, aunque ni para eso sirvan.

Su desesperación lo encuera. A confesión de parte, relevo de prueba: Usted no es un hombre que respete las leyes. ¿Cómo pudieran éstas estar bajo su resguardo?

Repite a Juárez sin honrarlo: “Al margen de la ley: nada; por encima de la ley: nadie”.

En su ignorancia y confusión, López afirma que los ministros representan a empresas, no al pueblo. Los jueces no representan a nadie, esa figura es una de naturaleza política; los jueces son expertos en la ley —jurisperitos— para dirimir conflictos y otorgar justicia. Están allí por sus conocimientos, no por voto popular, ni representación. Si representaran a alguien no podrían dictar justicia porque serían parciales, por eso a la justicia se le representa siempre vendada de los ojos, porque no sabe si está juzgando a su enemigo o a su padre, le corresponde solamente ver hechos y derechos.

Y que no venga a confundir: los diputados y él sí representan al pueblo y en el ejercicio de sus representaciones están sujetos a juicio por presuntamente violar la Constitución: Luego entonces representar al pueblo no exime de violar la ley, de otra suerte no existiría el juicio de amparo que defiende al individuo frente al poder.

2.- La historia está llena de personajes que fracasan triunfando. Cuando se da la privación de satisfactores a ciertos deseos, suele surgir una neurosis. Se presenta entonces un conflicto entre el deseo y el yo, esa parte que expresa nuestros instintos de conservación, socialización e integración ideal de la propia personalidad. El conflicto suele darse entre palpitaciones profundas que el yo previamente ha privado de satisfacción.

Al ser satisfacciones prohibidas, su deseo despierta culpabilidad y la tensión entre deseo y culpa genera en el hombre conductas patógenas.

En una de sus vertientes, se presentan neurosis en casos donde se consigue o cumple un deseo largamente añorado y, pesar de ello, el sujeto no encuentra la felicidad ansiada. En otras palabras: el logro de lo anhelado anula el disfrute de anhelar y dispara la cumpla de lo logrado.

Sí, hay a quien el éxito enferma.

El triunfo, en estos casos, hace desaparecer del horizonte el objeto deseado; el deseo ya no halla satisfacción en su querer porque ya no hay qué anhelar, porque lo anhelado ya se posee. Es como en el consumismo, que cuando se satisface escala a una necesidad aún mayor. Ello en el ámbito externo: privación exterior. En lo interno, se da también otra privación en la contienda entre un yo vencido por la libido que busca hacer realidad nuevos deseos.

En lo interno, el yo puede subsistir con los deseos prohibidos mientras sean fantasías o meras posibilidades, pero cuando amenazan en convertirse o se convierten en realidad, se ve verdaderamente asediado.

Shakespeare lo pone en voz de Lady Macbeth: “Nada se ha ganado, y se ha perdido todo cuando se ha realizado un deseo sin hallar una completa satisfacción. Es preferible ser la víctima que vivir con su muerte (asesinato de Duncan) en una alegría llena de inquietud”. Más adelante su culpa sale a flote, aunque pretende esquivarla con el poder: “¿Qué nos importa que lo sepan cuando nadie pueda pedirnos cuentas, cuando seamos poderosos?”. Pero aún siendo poderosa, no halló felicidad por su sentimiento de culpa.

Obvio, en cada caso la culpabilidad responde a diferentes y personales razones, pero las consecuencias son las mismas: fracaso por triunfo.

Y por eso su triunfo es siempre destructivo. En Macbeth también se dice: “Sólo porque él mismo no tiene hijos ha podido asesinar a los míos”. Cambiemos el vocablo hijos por el de instituciones y se comprenderá más nítidamente el triunfo/fracaso destructivo de la 4T.

En López este tipo de neurosis es ostensible. Él sufre la presidencia, es incapaz de gozarla. Del poder le gusta la adoración, ostentación y el boato; por eso su Palacio; de allí su necesidad de giras y concentraciones, de vallas militares y honores de ordenanza; de ahí la causa de mañaneras y gobierno a una sola voz, de “ni una coma” y de “es un honor” como lema oficial.

Pero lo más claro de su neurosis es la revocación de mandato.

Él ganó con una amplia mayoría y goza de una holgada aceptación personal (aunque en su desempeño por áreas de responsabilidad pública esté severamente reprobado y cuestionado). Pero eso —la aceptación— no le es suficiente, peor aún, es ella la que le dispara nuevos deseos, por supuesto culposos, porque ya es presidente y ya tiene lo que dice buscar y, con ello, profundiza su triunfo/fracaso.

Es precisamente el dolor del triunfo/fracaso que lo lleva a inventarse un nuevo deseo que mientras más prohibido mejor. Por eso la urgencia de pelear con molinos de viento con cuanta ley, institución y autoridad se cruce en su camino.

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Digno de un lugar de la Mancha, “rematado de juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama (Don Quijote)".

Lo que no sabe López Obrador, como tampoco lo supo el Quijote, es que cuando este domingo 10 triunfe, su fracaso será aún más profundo y doloroso. Con el agravante de los costos políticos, sociales y económicos y sus caretas de demócrata y gobernante rasgadas en jirones de ignominia.

López Obrador no lo sabe, pero corre al mayor de sus triunfos fracaso.

3.- Hace años una amiga psicoanalista me comentó de un joven paciente que sufría por los excesos de que gozaba. Desde muy joven tuvo acceso a todo sin medida, de suerte que el futuro se le presentaba como un abismo sin fondo imposible de colmar. Se sabe que los límites son seguridad. Cuando el niño no sabe hasta dónde puede llegar, sufre profundamente. Este chamaco sufría de lo que le exigiría la vida en un futuro y si sería capaz de proveerlo, por más rico que fuera. En el fondo intuía que mientras más gana, más se exige ganar y así hasta el infinito o la locura.

Abusando del capítulo del “Suicidio anómico” de Durkheim, tomamos estas citas. “No se adelanta cuando no se marcha hacia un fin (…) cuando el objeto a que se tiende es el infinito (…) perseguir un fin inaccesible por hipótesis es condenarse a un perpetuo estado de descontento”.

Por tanto, dice: “Es preciso, ante todo, que las pasiones sean limitadas. Solamente entonces podrán ser puestas en armonía con las facultades, y, por consiguiente, satisfechas”.

Pues bien, López Obrador es rehén de su propia entelequia: la transformación, concepto que, sin ancla en un qué, cómo, cuándo y cuánto, es ilimitado y, por ende, inaccesible e imposible de satisfacer.

No hay nada en el haber de López Obrador que sea medible y objetivo, todo es etéreo, fantástico y fábula. Por ende, insondable.

En ese tenor, carece de límites. Por otro lado, en su ADN los límites son para romperse, de suerte que él mismo se condena a jamás saciar sed alguna.

Y es así, como en el caso del joven que me hablaba mi amiga, que López Obrador vive terriblemente angustiado en lo profundo y oscuro de su camino, condenado a no ver nunca una luz al final del túnel y seguir corriendo eternamente a ciegas a la nada. Imposible preguntarle Quo Vadis (a dónde vas), porque jamás podrá responder. Y sea a donde sea que llegue, jamás logrará satisfacer y colmar su indefinible e ilimitado afán. Él es Prometeo, la piedra, las cadenas y el águila que devora su hígado por toda la eternidad.

Por eso, creo, clama a golpes de soberbia que alguien lo pare o le ayude a parar. Pero por eso mismo ve en todos al enemigo. Ni en su sombra puede confiar.

Por eso cada vez sus acciones y órdenes son más temerarias y provocadoras.

Para él lo importante es romper límites, no llegar a ningún lado, menos construir algo, salvo su propia derrota.

El problema es que la patología que lo aqueja la sufrimos todos los mexicanos, unos en jauja, otros en abyección, los más en sufrimiento.

PS. El derecho o es derecho o no es derecho.


Publicado en LFMOpinión.

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