Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
Tres temas: dura lex sed lex; hay quien fracasa triunfando y el vacío de límites.
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1.- Sí señor presidente: “la ley es la ley”: Fiat iustitia, et perat mundus (Hágase justicia —en el sentido de cúmplase la ley—, aunque perezca el mundo).
Pero más antes: REX ERIS SI RECTE FACIAS; SI NON FACIAS NON ERIS (Rey eres si obras rectamente, si no lo haces, no lo eres), dijo San Isidro de Sevilla. Donde lo recte no se define por ocurrencia, ideología, interés, calendario electoral, ni consulta popular, sino por la ley. Esa que usted protestó cumplir y hacer cumplir. Esa que lo rige y obliga.
Esa que le impide a meterse en la vida interna de la Corte de Justicia y acatar sus fallos.
Le guste o no le guste son sus jueces; no sus floreros. ¡Respételos!
Los diputados y los senadores tampoco son sus peones, aunque ni para eso sirvan.
Su desesperación lo encuera. A confesión de parte, relevo de prueba: Usted no es un hombre que respete las leyes. ¿Cómo pudieran éstas estar bajo su resguardo?
Repite a Juárez sin honrarlo: “Al margen de la ley: nada; por encima de la ley: nadie”.
En su ignorancia y confusión, López afirma que los ministros representan a empresas, no al pueblo. Los jueces no representan a nadie, esa figura es una de naturaleza política; los jueces son expertos en la ley —jurisperitos— para dirimir conflictos y otorgar justicia. Están allí por sus conocimientos, no por voto popular, ni representación. Si representaran a alguien no podrían dictar justicia porque serían parciales, por eso a la justicia se le representa siempre vendada de los ojos, porque no sabe si está juzgando a su enemigo o a su padre, le corresponde solamente ver hechos y derechos.
Y que no venga a confundir: los diputados y él sí representan al pueblo y en el ejercicio de sus representaciones están sujetos a juicio por presuntamente violar la Constitución: Luego entonces representar al pueblo no exime de violar la ley, de otra suerte no existiría el juicio de amparo que defiende al individuo frente al poder.
2.- La historia está llena de personajes que fracasan triunfando. Cuando se da la privación de satisfactores a ciertos deseos, suele surgir una neurosis. Se presenta entonces un conflicto entre el deseo y el yo, esa parte que expresa nuestros instintos de conservación, socialización e integración ideal de la propia personalidad. El conflicto suele darse entre palpitaciones profundas que el yo previamente ha privado de satisfacción.
Al ser satisfacciones prohibidas, su deseo despierta culpabilidad y la tensión entre deseo y culpa genera en el hombre conductas patógenas.
En una de sus vertientes, se presentan neurosis en casos donde se consigue o cumple un deseo largamente añorado y, pesar de ello, el sujeto no encuentra la felicidad ansiada. En otras palabras: el logro de lo anhelado anula el disfrute de anhelar y dispara la cumpla de lo logrado.
Sí, hay a quien el éxito enferma.
El triunfo, en estos casos, hace desaparecer del horizonte el objeto deseado; el deseo ya no halla satisfacción en su querer porque ya no hay qué anhelar, porque lo anhelado ya se posee. Es como en el consumismo, que cuando se satisface escala a una necesidad aún mayor. Ello en el ámbito externo: privación exterior. En lo interno, se da también otra privación en la contienda entre un yo vencido por la libido que busca hacer realidad nuevos deseos.
En lo interno, el yo puede subsistir con los deseos prohibidos mientras sean fantasías o meras posibilidades, pero cuando amenazan en convertirse o se convierten en realidad, se ve verdaderamente asediado.
Shakespeare lo pone en voz de Lady Macbeth: “Nada se ha ganado, y se ha perdido todo cuando se ha realizado un deseo sin hallar una completa satisfacción. Es preferible ser la víctima que vivir con su muerte (asesinato de Duncan) en una alegría llena de inquietud”. Más adelante su culpa sale a flote, aunque pretende esquivarla con el poder: “¿Qué nos importa que lo sepan cuando nadie pueda pedirnos cuentas, cuando seamos poderosos?”. Pero aún siendo poderosa, no halló felicidad por su sentimiento de culpa.
Obvio, en cada caso la culpabilidad responde a diferentes y personales razones, pero las consecuencias son las mismas: fracaso por triunfo.
Y por eso su triunfo es siempre destructivo. En Macbeth también se dice: “Sólo porque él mismo no tiene hijos ha podido asesinar a los míos”. Cambiemos el vocablo hijos por el de instituciones y se comprenderá más nítidamente el triunfo/fracaso destructivo de la 4T.
En López este tipo de neurosis es ostensible. Él sufre la presidencia, es incapaz de gozarla. Del poder le gusta la adoración, ostentación y el boato; por eso su Palacio; de allí su necesidad de giras y concentraciones, de vallas militares y honores de ordenanza; de ahí la causa de mañaneras y gobierno a una sola voz, de “ni una coma” y de “es un honor” como lema oficial.
Pero lo más claro de su neurosis es la revocación de mandato.
Él ganó con una amplia mayoría y goza de una holgada aceptación personal (aunque en su desempeño por áreas de responsabilidad pública esté severamente reprobado y cuestionado). Pero eso —la aceptación— no le es suficiente, peor aún, es ella la que le dispara nuevos deseos, por supuesto culposos, porque ya es presidente y ya tiene lo que dice buscar y, con ello, profundiza su triunfo/fracaso.
Es precisamente el dolor del triunfo/fracaso que lo lleva a inventarse un nuevo deseo que mientras más prohibido mejor. Por eso la urgencia de pelear con molinos de viento con cuanta ley, institución y autoridad se cruce en su camino.
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