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Brasil en llamas

Pandemia, crisis económica, cambio climático, sequía, crisis de agua, incendios, agricultura suicida. ¿Otro espejo en el cual buscarnos?

#TheBunkerNoticias | Brasil en llamas
Por: Redacción
  • 19/06/2021

Hace unos días en estas páginas, con información de The New York Times, comentábamos los estragos que el calor, la sequía y los incendios fuera de control están causando en el oeste de Estados Unidos.

Por si te interesa: Calor que mata; el cambio climático pega al oeste norteamericano aún antes de que llegue el verano.

Hoy, el mismo diario, hace entrega de otro alarmante reportaje por similares causas en Brasil, país sitiado por la pandemia, cuyos habitantes tienen que pagar más por un consumo de energía eléctrica a punto de colapso, se ven obligados a racionar el agua, viven la más devastadora época de incendios en el Amazonas y la sequía más grave en 90 años.

El trabajo es de Manuela Andreoni y Ernesto Londoño, fechado hoy: los cultivos marchitan bajo un calor abrasador, las presas de agua, que son las principales generadoras de energía eléctrica en Brasil, disminuyen sus niveles alarmantemente. Las imponentes cascadas de Iguazu ven reducido el torrente que se precipita a la “Garganta del Diablo” a “chorrito”.

Hoy los brasileños suman a sus ya casi 500 mil muertos, sequía, dificultad económica, incendios fuera de control y altos niveles de temperatura.

Son varios los estados afectados por la sequía más agresiva de los últimos 90 años.

La falta de agua afecta la generación de energía eléctrica, impacta en los precios de la misma, altera los ciclos de cultivo que, sumado, hace más difícil el ya de suyo complicado manejo de la economía. La agricultura depende fuertemente del agua y de la energía hidroeléctrica, todo junto, ahora, fuertemente bajo riesgo.

Para colmo la tala furtiva se ha visto incrementada, lo que aumenta los riesgos de incendios forestales fuera de control, precisamente a las puertas de la temporada de ellos, que suele dar inicio en el mes de julio.

“Hemos sido dejados a la tormenta perfecta”, dice Liana Anderson, bióloga experta en manejo de incendios en el Centro Nacional de Monitoreo y Alertas Tempranas de Desastres Naturales en Brasil, “el escenario en el que estamos hace muy difícil mantener los incendios bajo control”, alerta Anderson.

El Sistema Nacional Metereológico brasileño sonó la alarma acerca de la severidad de la sequía en un boletín publicado en mayo. Cinco entidades, Minas Gerais, Goías, Mato Grosso du Soul, Paraná y Sau Paulo, sureste de Brasil, habrán de sufrir racionamientos crónicos de agua de junio a septiembre del presente año.

Bolsonaro, que desdeño el riesgo pandémico el año pasado y ha sido criticado por su actitud románticamente envalentonada para manejar la crisis, ha sido más cauto con la sequía y ha alertado a la población sobre la forma como habrá de alterar la vida de los brasileños ante los meses que se avecinan: “Encaramos serios problemas —sostuvo el presidente de Brasil— en mayo pasado vivimos la peor crisis hidrológica en la historia. Ello nos generará dolores de cabeza”.

En el cuartel de los meteorólogos, Marcelo Seluchi sostiene que la crisis se gestó a lo largo de muchos años. Prácticamente desde el 2014, extensas regiones en el centro, sureste y poniente de Brasil han venido experimentando bajos niveles de precipitación pluvial: “Por 8 años no ha llovido como venía lloviendo (…) y es como un tanque de gasolina que no se recarga mientras año con año se usa en aumento esperando que el próximo año las cosas mejoren, pero ese mejor año está aún por verse llegar”.

Así, sostiene Seluchi, los cambios en los patrones de lluvia, que han contribuido a la sequía y la falta de captación de agua no terminan por ser debidamente comprendidos por la población como algo correlacionado con el fenómeno climático conocido como La Niña en el Océano Pacífico, el cambio climático, la desforestación del Amazonas y otras alteraciones en el medio ambiente que juegan un papel central en los ciclos de precipitación de lluvias.

“No podemos negar que el cambio climático, llamado calentamiento global, juega un importante papel (y) que llueve menos mientras usamos más agua”, concluye Seluchi desde el Centro de Monitoreo Nacional de Desastres en Brasil.

Tras los apagones del 2001, Brasil se embarcó en la construcción diversificada y versátil de generación de energía eléctrica, en especial en plantas hidroeléctricas, pasando a depender de un 65% a un 90% de esta fuente generadora.

Y si bien las autoridades aseguran que no habrá apagones, sí anuncian aumentos en las tarifas de cobro e invitan a los brasileños a ahorrar energía con duchas más cortas, uso moderado de aíres acondicionados y de lavadoras de ropa.

De lograrse un consumo menor de electricidad y agua, la principal consecuencia de la sequía se verá en los incendios en el Amazonas. Y las perspectivas no son halagüeñas: tan solo en los primeros cinco meses de esta año, en el Amazonas fueron arrasadas 983 mil millas cuadradas de selva, conforme imágenes satelitales. Tan solo el mes pasado la deforestación fue 67% mayor que en mayo del 2020, con datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil.

El pico de desforestación coincidió con el anuncio de Bolsonaro de tomar medidas más asertivas contra la tala ilegal. Ello, por cierto, después que la administración de Biden lo urgiera a cuidar la emisión de carbono a la atmósfera.

Brasil había debilitado sus políticas de protección ambiental en años recientes, reduciendo personal de vigilancia y penalidades por crímenes ambientales y apoyando a industrias contaminantes.

Bolsonaro, en vez de reconstruir agencia ambientalistas, optó por militarizar esa agenda, desplegando tropas entre 2019 y 2020. La semana pasada el vicepresidente Hamilton Maura anunció una nueva operación militar para prevenir deforestación e incendios.

Las medidas, no obstante, no han generado muchas esperanzas en los ámbitos especializados, ya que no ataca el corazón de la impunidad con que operan "madereros" y mineros que tienen bajo su poder extensas zonas protegidas.

Para Argemiro Leite-Filho, científico ambientalista de la Universidad Federal de Minas Herais, el matrimonio entre deforestación y precipitación ha aumentado sus efectos en años recientes. En un estudio con datos de 1999 a 2019, por cada 10% en aumento de deforestación en el Amazonas, cada año se pierden 49 milímetros de precipitación. “La agricultura suicida”, como le llama Argemiro, que desforesta selvas para abrir tierras al cultivo y al ganado, impone pérdidas al año a todos los brasileños de un billón (Real Brasileño).

“Lo que tratamos de mostrar con este enfoque ambientalista es que Brasil se está pegando un tiro en el pie (…) la agricultura es una de las industrias mas susceptibles al cambio climático, especialmente cuando hablamos de lluvia”, sostiene.

La humedad en el medio ambiente llega al Amazonas desde el Océano Atlántico y corre hacia el sur generando lluvias, ciclo al que los científicos llaman "Ríos que vuelan”. Pues bien, el cambio climático ha cambiado ese patrón. José A. Marengo, experto en cambio climático, dice desde Sao Paulo: “En los últimos 20 años en el Amazonas hemos sufrido tres sequías consideradas, sucesivamente, la más grave del siglo, y tres inundaciones, también consideradas, cada una, la peor del siglo (…) Demasiados eventos en un siglo con 20 años de edad. El clima se vuelve cada vez más extremo”.

Con información de Manuela The New York Times.


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