Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
Los equipos no se presumen cual trofeos, se conducen, se afinan, se doman. No venden prestigios ni alcurnias; sino eficiencia y efectividad: resultados.
lfmopinion.com
Descontada la locura en pareja que devasta a Nuevo León, la contienda electoral se ha instalado entre dos extremos: la inevitabilidad y el desconcierto.
La Coca-Cola sin gas de Claudia avanza replicando la estrategia del Estado de México: “ya ganamos”, festejan, cuando esto ni siquiera ha empezado.
Con Delfina cantaron una diferencia de 20 puntos. Ahora hablan de diferencias aún mayores ¡faltaba más!
Pero entonces y allá, con todos los recursos del Estado, las mañaneras, los zopilotes de la Nación, becas, apoyos, chantajes, acarreos, gobernadores con chaleco guinda y un pelele en el Palacio de gobierno en Toluca, apenas y ganaron por 8 puntos. Si la campaña hubiese durado una semana más, posiblemente se empata el marcador.
No obstante, la inevitabilidad les funcionó: ¿Para qué ir a votar si ya ganaron? Misma medicina que hoy nos administran tres veces al día.
Le llaman la muerte del neoliberalismo y del conservadurismo anexo, convertidos en un saco de maldades y de malvados usado para todo mal y para todo bien; que lo importante es vender el receptáculo de podredumbre, aunque se dicte desde el estercolero más grande de la historia nacional.
Le llaman transformación, concepto huidizo, inasible e infalible; cambio verdadero; lo moralmente posible; El Pueblo Bueno, aunque siniestrado y olvidado, como Acapulco; “EsClaudia”; Bastón de mando; El único lado correcto de la historia; La Investidura.
Su discurso no tiene fisura, su persistencia menos. Más los hechos los desmienten: si su triunfo es inevitable, por qué tanto brinco; por qué tanto enojo; por qué tanto miedo; por qué tanta suplica de unidad. ¿Por qué Fosfo Fosfo?
No hay nada inevitable, salvo la muerte y ésta bien pudiera ser la muerte política de ellos.
¿Por qué convencer de lo inevitable?
Pero en la acera de enfrente, lo que se percibe es desconcierto, desmadeja, zozobra.
Ortega y Gasset sostiene que al político se le reconoce porque lo primero que se siente cuando llega es orden; las cosas se destraban, las contradicciones se alinean y los esfuerzos fluyen.
Para que haya acción, debe de haber sentido, rumbo, destino, ánimo, confianza.
Pero yo solo alcanzo a ver hambre de confianza, urgencia de ánimo, desesperación por querer ayudar y no encontrar nicho ni vereda para hacerlo; deseo de actuar y avanzar; un motor acelerado al máximo a punto de explotar, sin que nadie haya podido enclochar la velocidad y asir el volante. Los equipos no se presumen cual trofeos, se conducen, se afinan, se doman. No venden prestigios ni alcurnias; sino eficiencia y efectividad: resultados.
Infinidad de disposiciones, voluntades y miedos tocan puertas casi con desesperación; pero nadie les abre; nadie los aviene, nadie los conduce. Solo hallan desconcierto.
Veo incluso organizaciones, operaciones y recursos aislados empujando como pueden a pesar de que la conducción no conduzca, no quiera o no sepa. Un Ejército numeroso y con hambre de triunfo en espera de mando que marcha sin sentido ni guardia ni comisión.
Es cierto, hoy la democracia no puede ser ajena a los medios; pero éstos, por más importantes que puedan ser, siempre serán instrumentales. La sustancia, el contenido, el sentido que despierta, concita y mueve; lo que anima y entusiasma no lo da por sí sola la publicidad, el ciudadano necesita percibir algo más que colores y sonidos: sentido, orden, determinación, seguridad de destino. Concierto: orden y disposición de las cosas, pero también certidumbre, liderazgo. Se sigue por libre convencimiento, jamás por necesidad ni por miedo. No hay liderazgo sin ánimo y seguridad de triunfo.
Entre tanta parafernalia se olvida que en este juego lo único que importa es ganar. Solo eso.
Publicado en LFMOpinión.
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