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Retaismo. La amistad

El amigo es “mi otro yo”, y por eso no necesita frecuencia, siempre está conmigo.

#TheBunkerNoticias | Retaismo. La amistad
Por: Luis Farias Mackey
  • 07/10/2023

Cuando Xavier me dijo que tenía que hablar me enfadé. Verán, con los años se va uno haciendo adicto al silencio. El silencio nos resguarda cuando no tenemos nada interesante que decir. Y, si bien no tenemos capacidad de evitar lo intrusivo del sonido al oír, cada día se valora más el silencio ajeno.

El silencio es como un resguardo que nos permite abstraernos de las apariencias y dialogar con nosotros mismos. Se llama pensar, una actividad solitaria e invisible, sólo perceptible por nuestra distracción de todo lo demás que nos rodea. Heidegger (MH) le llamaba la serenidad de “dejar ser”, de “querer no querer”. Escribía así tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y en silencio se preguntaba ¿Somos los rezagados (…) y al mismo tiempo los precursores del amanecer de una era totalmente diferente? Algo similar escribía en tiempos previos a la Revolución Francesa Tocqeville: “Lo pasado no alumbra el porvenir, y el espíritu marcha en las tinieblas”.

Y es que en momentos de crisis el pensamiento adquiere una mayor densidad y el silencio un valor superior. Y es que desde ellos podemos observar el devenir, ese constante advenir y desaparecer. Porque toda presencia se dilata “en el entre dos de una doble ausencia” (MH): la ausencia que le precede y la ausencia con la que parte. Como la vida, cuyo nacer y morir son el principio y fin de nuestra presencia en este mundo como un destello de luz en la universal ausencia que es la oscuridad. Sin oscuridad no hay luz posible: tras el haz luminoso, a todo lo largo de sus márgenes y más allá de él, se extiende la ausencia hecha oscuridad.

Y entre nacer y morir mora “el reino del errar” (MH). Errar de errancia, pero también de yerro. Erramos entre dos ausencias en presencia en este mundo. Como todo, advenimos, aparecemos para ser vistos y oídos por los otros, para oírlos y verlos a ellos, pero luego desaparecemos dando lugar a nuevos advenimientos y partidas.

Pues bien, al pensar erramos, di—vagamos dentro de nosotros y fallamos tanto como acertamos. Pero ya dijimos que el pensamiento es un acto solitario, invisible y silencioso, de allí que sea necesario llevar “al lenguaje la palabra inexpresada del ser” (MH), porque pensamos en palabras: “pensamiento y palabra se suponen uno al otro” (Merleau—Ponty), porque no hay ninguna realidad muda (Jaspers), porque “entre inteligencias, una presencia no puede permanecer muda” (Teilhard) y entonces el hombre se ve impelido a romper el silencio y su soledad, y así discursa y actúa entre y con los demás. Y discursar y actuar son expresiones diversas de nuestra errancia errabunda y equivoca; nuestra presencia en el mundo entre dos ausencias.

Por eso, decía Shakespeare en voz de Hamlet: «Our thoughts are ours, their end none of our own», (Somos dueños de nuestros pensamientos, no de su desenlace), porque pensar y actuar se dan en el reino del errar conjunto, y toda acción de cada uno de nosotros abre la puerta a infinitos de imprevisibilidad y nadie sabe la historia completa sino hasta que ésta acaba y es narrada por el historiador. Es Homero quien canta la Iliada y la Odisea, no Héctor, no Helena, ni Aquiles, ni Ulises. No podrían hacerlo porque estaban inmersos en la acción. Y por eso el mismo Homero aconseja cuidar las palabras que salen del cerco de los dientes, porque, como flechas lanzadas por el arco, son imposibles de regresarlas. ¡Otra de las sabias virtudes del silencio!

Pues bien, hoy venimos a festejar nuestra errancia, la silente y propia, y la discursada, actuada y común. Esta errancia común se llama Retaismo y lo mejor de ella es que tiene retoños. Cuando llegue el momento de regresar a la ausencia, Retaismo seguirá aquí ya sin nosotros… y entonces alguien podrá contar su historia.

Y cierro con Borges: “La amistad no necesita frecuencia. El amor sí; sobre todo la amistad entre hermanos puede prescindir de la frecuencia. El amor no, el amor esta lleno de ansiedades, de dudas, lleno de ausencias terribles. Yo tengo amigos íntimos a los que veo tres o cuatro veces al año y otros a los que ya no veo porque se han muerto”. Pero Borges frecuentaba aún a los ausentes, porque en su ausencia se hacían más presentes que nunca y en el silencio de nuestra intimidad y memoria los frecuentamos, como aquí ahora lo hacemos.

Porque, dice Aristóteles, el amigo es “mi otro yo”, y por eso no necesita frecuencia, siempre está conmigo.


Palabras leídas el 17 de junio de 2023.


Publicado en LFMOpinión.

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