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El otro

La auténtica convivencia consiste en dejar ser a los otros en su más propio poder ser, en lugar de hacerlos dependientes y convertirlos en dominados.

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Por: Luis Farias Mackey
  • 19/03/2023

Viajamos en esta vida en una cápsula orgánica llamada cuerpo y más allá de ella percibimos la alteridad: la condición de ser “otro” (alter). Ese otro no soy yo y “puedo seguir siendo un yo en la alteridad de un tú sin quedar absorbido por ese tú, sin perderme en él”, nos dice Lévinas, para quien la relación con ese otro nunca es fusión: “en la proximidad del otro se mantiene íntegramente la distancia”, ese ámbito intermedio en cuyo seno no se engendra entre dos una masa unitaria, sino que articula y estructura una relación entre el yo y lo otro.

Pero la relación entre el yo y lo otro no es dual sino plural; lo distinto no es sólo “el otro” sino también “lo otro”; hay el otro con rostro y con voz, y hay lo otro: la cosa y la naturaleza.

Con la cosa y la naturaleza, ilusamente creemos que el yo es el sujeto dominante. La tierra de tiempo en tiempo nos tiene que recordar que solo somos un organismo más en ella, así que percibimos nuestra relación con la naturaleza como amenaza, en tanto que para con las cosas las percibimos como objetos de dominio y apropiación: son en virtud de su funcionalidad para con nosotros, fuera o ajena de su función la cosa es desecho.

Vayamos ahora a “el otro”, ese con rostro. Lévinas habla de la desnudez del rostro, donde la desnudez no es carencia, sino la expresión del esplendor del ser por sí mismo. El otro no es por nosotros, a diferencia de las cosas, no es susceptible de funcionalidad ni de apropiación: “La desnudez del rostro no es lo que se ofrece a mí para que lo devele y que, por esto, me sería ofrecido, a mis poderes, a mis ojos, a mis percepciones en una luz exterior a él. El rostro se ha vuelto hacia mí y es esa su misma desnudez”. De allí que Heidegger nos recuerde que la “auténtica convivencia consiste en dejar ‘ser’ a los otros en su más propio poder ser, en lugar de hacerlos ‘dependientes” y convertirlos en ‘dominados’”.

Y aquí encontramos dos actitudes hacia el otro, la de aquellos que en su asistencia lo desplazan, asumen su lugar y tarea, y lo convierten en dependiente y dominado, en “algo”, no alguien. En este caso impera más el apetito de poder y dominio que de asistencia, tan propio de los populismos. Recordemos: “la justicia es atender a la gente humilde, a la gente pobre. Esa es la función del gobierno… hasta los animalitos —que tienen sentimientos, ya está demostrado— ni modo que se le diga a una mascota: ´A ver, vete a buscar tu alimento´. Se les tiene que dar su alimento” (López Obrador). A esta asistencia Heidegger le llama de “substitución y dominio”.

La otra asistencia es positiva, “se anticipa y libera”, no le quita su lugar a nadie ni lo substituye anulándolo; no le exime de su intransferible “preocupación”, al contrario, trata de “devolvérsela en realidad en cuanto tal”. Ésta es “la auténtica preocupación”, que se refiere “a la existencia del otro y no a algo de lo que él se encargue, ayuda al otro a entenderse a sí mismo en su preocupación y a liberarse para ella”.

Por supuesto hay individuos que por diversos condicionamientos no se encuentran en condiciones de resolver por sí mismo sus problemas, pero aún frente a ellos, la actitud de asistencia debe partir de reconocer su libertad y dignidad.

El problema, sin embargo, es la perspectiva que tomemos para con el otro, ya que muchas veces, aun en el ánimo de auxiliarle, si lo reducimos a la apropiación, a su funcionalidad para con nosotros y al dominio que sobre él podemos ejercer, incluso dotándole de todas las riquezas y todos los honores, se anula el esplendor de sí mismo, la desnudez de su rostro.


Publicado en LFMOpinión.

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