Espiral


Letras verdes

La historia es lugar común en estos tiempos. Un descontento cualquiera detonó el final de una convivencia que se había vuelto necesaria para él e incómoda para ella.

#TheBunkerNoticias | Letras verdes
Por: Francisco Cirigo
  • 14/02/2023

Aquellas letras verdes: “escribiendo…”.

El verbo en presente, fosforescente y sin intermitencias y de nuevo el “en línea”. Así fueron las horas para Javier, entre la incertidumbre, chispazos de felicidad y dolor.

La historia es lugar común en estos tiempos. Un descontento cualquiera detonó el final de una convivencia que se había vuelto necesaria para él e incómoda para ella.

Twitter fue el disparo de salida para su desilusión. Se daba el gusto de ser altanero, de enviar indirectas. Sabía que las notificaciones le llegarían sí o sí. Cayó así la única certeza para Javier: Sandra lo había dejado de seguir.

Al principio no podía creerlo. Revisó su propio perfil, buscándola como seguidora. ”Quizá cambió su foto y la memoria visual me engañó”, pensó. Revisó de nuevo y nada.

Le dio entonces al buscador y la encontró inmutable y sin reproches. La más aterradora indiferencia. “Al menos no me bloqueó”, dijo como consuelo, pero no le fue suficiente. “¿Por qué lo hizo?”.

Fue la primera señal de que ella quería sacarlo de su vida, pero que tampoco tenía prisa, pues lo mantuvo en Facebook e Instagram. En las eventuales borracheras no le alcanzó la dignidad y cayó en la tentación de mensajearla por WhatsApp.

—Hola, ¿todo bien?
—Sí, bien.
—¿Cómo has estado?
—Bien, ¿y tú?

Aquellas escuetas respuestas contrastaban con las horas de chismes, montones de stickers y largas pláticas de antaño. La frialdad era evidente, lo mejor hubiera sido recoger las miserias y retirarse, pero después de tanto silencio y zozobra era inevitable que Javier se desesperara:

—Bien, extrañándote.

Y daba al traste con una estocada de sentimentalismo que no apelaba a nada porque en ese momento se cancelaba toda comunicación.

Entonces Javier enviaba signos de interrogación y emojis, esperando reanudar el diálogo, pero sólo le aparecían las tan temidas palomas dobles de color gris.

Buscaba en los detalles de cada mensaje para asegurarse que ella los había recibido y en el mejor de los casos leído. Miraba por largos minutos el estado del chat, esperando que en cualquier instante cambiara por un misericordioso “escribiendo…”, pero al final a aquellas premoniciones no le quedaron ni los puntos suspensivos. Sólo el odioso “en línea” y una profunda contradicción. “Tan cerca y tan lejos”, suspiraba.

Facebook tampoco le era un remanso. La pasividad de aquella red le daba más humor y calma. Aun así se emocionaba cuando en su vigilante monitoreo de posteos y memes aparecía un súbito “Alguien está escribiendo un comentario...”, sólo para decepcionarse con las respuestas de amigos y familiares. Como sea, Javier lo tomaba bien, respondiendo puntual y simpático, pero por dentro se moría.

Comenzó entonces a publicar recuerdos, fotos, canciones y cualquier cosa que encendiera la añoranza. En esos momentos lo hubiera consolado cualquier reacción, así fuera un “Me divierte”. Nada.

Lo más difícil era cuando en su cotidianidad o de camino al trabajo recibía alguna notificación de ella viviendo su día a día, lozana y feliz. La ilusión de las redes sociales lo ponía al filo.

Su cumpleaños fue lamentable. Sacaba y guardaba el teléfono. “En línea”, se leía debajo de aquella foto luminosa y su nombre: Sandra, con su enorme sonrisa y su personalidad de alondra. Y él, con un año más de vida, triste y solo.

Pasaron los meses y aunque iba asimilando la distancia y el fin absoluto de la relación, el hecho de que ella lo conservara como contacto le daba la esperanza de que lo buscaría. Por instantes, imaginaba aquel momento como una oportunidad para echarle en cara el abandono y el ghosting. Pero la verdad es que estaba dispuesto a retomar lo perdido con un sencillo y ansiado “Hola, ¿qué haces”.

Así fue hasta que un día la foto que ella conservó por años en su perfil desapareció. En su lugar dos círculos insípidos que simulaban una persona sin rostro. No había estado en línea. Le mandó un inofensivo emoji y sólo le apareció un tick: “Me bloqueó”, se dijo incrédulo.

El hormigueo en la panza no le dejó mentir. El golpe fue más duro de lo que esperaba. Revisó el resto de las redes y sólo la encontró en Instagram. Al igual que en Twitter, había desaparecido de su lista de seguidores, pero él seguía apareciendo como seguidor y podía ver su actividad. No supo qué hacer.

Estaba triste y enojado. La oportunidad de retomar aquella nostalgia se le escapaba, no pisaba parejo, todo se le movía por dentro. Tuvo la tentación de bloquearla también y sacarla de su vida así, en un solo toque.

Abrió su agenda de contactos y puso su índice encima del ícono del bote de basura. Quería que cualquier reflejo, sacudida o reacción nerviosa lo obligaran a borrar aquel nombre que no lo dejaba dormir. No pudo.

Como último recurso consideró llamarle o buscarla. Ir a su casa y enfrentarla, pero lo detuvo una visión, la de una Sandra sin emoción en su voz, hablando sin mover los ojos. Con el sopor de quien ama menos o se ha cansado de sufrir.

Javier fue consciente que cuando la realidad azota se revelan estas cosas y uno deja de buscar esperanza en los resquicios y posibilidad en lo ambiguo. No hay nada, ni cenizas en lo vivido ni dolor que inspire. Sólo un hueco oscuro de ignominia y rechazo.

Pero eso, los recuerdos, le eran especialmente tormentosos. Las risas, los paseos, las comidas, los puntos de encuentro y hasta las diferencias. Rememoró las peleas y las reconciliaciones. El borrón y cuenta nueva.

Añoró los días en que Sandra lo quería y admiraba. En sus mejores tiempos una vez ella le dijo con los ojos escurriendo y el corazón en carne viva “Javier, nunca me dejes”. Pero ahora, ¿qué haría sin ella? ¿Qué haría con esa promesa?

Su seguridad mermó, sentía asco por sí mismo. Sin resignarse, su corazón se agitaba entre lo imposible y lo inevitable, mientras ella presumía sus navidades y años nuevos con familiares y amores.

Sondeó con amigos comunes, pero los más entrañables le aseguraban con una honestidad dolorosa que no había mella en Sandra, que lo que hubiese pasado entre ambos estaba sepultado y que debía resignarse a su ausencia.

(…)

No hay plazo que no se cumpla. En el propio cumpleaños de Sandra hizo lo largamente pospuesto y finalmente se atrevió a borrarla. Había publicado una foto donde se le veía contenta en un restaurante, con una flor y agradeciendo a la vida por permitirle estar con todos sus seres amados.

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