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México como obra, no como creación

El nazismo apeló al mito novelado de la raza, la 4T al mito caricaturizado de la historia; ambos son tan falsos como apolíticos, porque reducen la libertad humana a un designio sobrehumano.

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Por: Luis Farias Mackey
  • 24/12/2022

Sépase que estamos aquí para cumplir un designio, no como hombres libres dueños de nuestros pensamientos y acciones, sino como piezas de la idea y hacer de un artesano. Lo político, así, se basa en un principio extrapolítico, es decir, no inmanente al pueblo, sino a un orden cósmico, a alguna ley natural o a una historia prefijada. Bajo esta perspectiva, la política es una especie de forja de un pueblo conforme a una idea, donde la libertad y la pluralidad humanas no juegan. Para Goebbels, hoy tan actual, la política no es otra cosa que el “arte plástico del Estado”, donde la autoridad responde a los que considera principios básicos y busca fines preestablecidos. La política, así entendida, no es una acción, sino una fabricación. La acción es propia de los hombres en pluralidad, la fabricación es la producción de algo objetivizado. Cuando los hombres accionan ejercen su libertad en pluralidad, cuando fabrican buscan un fin práctico y utilitario que deviene en un objeto ajeno al sujeto que lo produjo. La acción humana crea sentido y valores compartidos, la fabricación bienes de consumo y uso.

Veamos nuestro desastre. Un buen día amanecimos inmersos en un México reducido a transformaciones históricamente prefijadas bajo una lectura limitada a grandes etapas sacadas de la manga bajo una interpretación simplista de la historia patria y de la complejidad y pluralidad políticas de la Nación. Si México se rige por etapas predefinidas, los mexicanos ya no somos autores de nuestra vida, sino piezas de un destino y obra manifiestos. Lo nuestro ya no es hacer de nosotros el México que queramos, sino cumplir la cuarta transformación, cualquier cosa que ello pueda ser.

Lo nuestro es cumplir la etapa histórica que nos corresponde, hacer de México una obra de arte que se actualiza permanentemente conforme a un plan totalitario predefinido de transformación en un proceso de organización, disciplina y control que se convierte en un fin en sí mismo. Los mexicanos tenemos ya una sola faceta, la de fabricantes (obreros) de la transformación por la transformación misma; en nuestro haber no existe la acción propia de la libertad, imprevisibilidad y pluralidad humanas. Éstas son suprimidas por la ideología de la transformación. Nuestro paradigma es producir la obra de la cuarta etapa transformativa, no accionar libremente nuevos comienzos; el productivismo por sobre la esencia de lo político: la libertad. Lo nuestro no es ser mejores, sino cumplir nuestra responsabilidad histórica como artífices de la transformación. Propio del productivismo es el producto que se fabrica, pero la transformación es una entelequia por la cual se nos esclaviza a trabajar sin fin ni fecha previstos ni medibles, sin producto alguno a fabricar y sin utilidad ninguna a cambio.

Lo más difícil es someterse a una transformación sin referencia de llegada, pero no faltará el Goebbels tropicalizado que nos ordene callar porque la “Transformación… es la Transformación”.

El Estado como obra de arte de la historia, no como espacio para su libre construcción; no como organización de la pluralidad para crear historias siempre nuevas, pierde así su razón de ser al quedar restringido a la reproducción y preservación de un mundillo histórico particular, predestinado y encerrado en sí mismo.

La 4T es un paradigma de rebaño, donde los hombres más que hacer acciones libres y plurales, somos parte de una masa indiferenciada en un proceso histórico impuesto e irresistible. México, así, ya no es un ente colectivo político abierto a un infinito de posibilidades, sino la representación de una obra y un guion. México no tiene ya una misión histórica por crear, sino una por cumplir como cadena al cuello. México como la forja de un mito.

El nazismo apeló al mito novelado de la raza, la 4T al mito caricaturizado de la historia; ambos son tan falsos como apolíticos, porque reducen la libertad humana a un designio sobrehumano.

Pues bien, en ese afán de ver a México como producto de una ley de la historia y no como creación cotidiana de la libertad de los mexicanos, ayer López Obrador dijo que tiene una misión: revolucionar las conciencias. En ese nivel de delirio se encuentra ya. Un presidente no tiene misiones, tiene funciones públicas y atribuciones constitucionales regidas por el marco legal que está obligado a cumplir. Su trabajo nada tiene que ver con las conciencias, lo suyo es cumplir con las funciones públicas propias del poder ejecutivo en un Estado de Derecho con división de poderes, entre ellas seguridad, salud, hacienda pública, educación y condiciones de vida digna para los mexicanos. Las conciencias no son ámbito del Estado, más allá de respetarlas y garantizar su libertad.

Y lo peor es que todos bailamos al son de tamaño delirio y absurdo.

Feliz navidad y que Dios nos agarre confesados el año que entra.


Publicado en LFMOpinión.

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