Enrique Alanis
Colaborador

De acuerdo con los datos de la Agencia Internacional de Energía, en 2020 las inversiones en energías limpias por parte de las empresas de gas y petróleo representaron tan solo 1% de su gasto en capital. Algunos analistas pronostican que en 2022 el gasto fuera de sus áreas tradicionales pudiera llegar hasta un 5%, lo cual algunos interpretan como un incremento en el interés de dichas empresas por generar más energías limpias.

Se mencionan algunos ejemplos recientes. La empresa inglesa Shell ha anunciado en los anteriores meses diversas inversiones para la producción de hidrógeno “verde”, es decir, con producción basada en energía limpia y renovable, y de hidrógeno “azul”, con producción basada en combustibles fósiles, pero con bajas emisiones. Entre dichas inversiones está una planta en Holanda planeada para ser la más grande de Europa, suministrada por energía renovable proveniente de una instalación eólica situada en el mar.

Por otra parte, las francesas Total Energies y Engie se asociaron para también instalar la que sería la planta de hidrógeno verde más grande del país, con suministro de energía solar para su operación. La inglesa BP y la española Iberdrola anunciaron dos iniciativas para trabajar en conjunto. A través de la unión de sus actuales proyectos, planean la construcción de múltiples centros de producción de hidrógeno “verde” y otros derivados en Gran Bretaña, España y Portugal, así como establecer para 2030 una red de 11 mil estaciones de carga rápida para vehículos eléctricos.


Mi análisis y prospectiva:

La inversión de las grandes empresas de combustibles fósiles en proyectos eólicos o solares no es novedad, ya que las tecnologías para su producción cuentan con un avance y madurez que permiten la generación de significativos márgenes y volumen, además de infraestructura para su distribución. No obstante, además de la generación eléctrica de fuentes eólicas y solares, diversos sistemas productivos continuarán requiriendo el uso directo de energéticos que sustituyan al petróleo y gas, por combustibles alternos de bajas emisiones o “verdes”, como, por ejemplo, el hidrógeno.

La transición no es de corto plazo y, aunque cada vez más acelerada por la presión social y los diversos acuerdos internacionales para reducir emisiones, el proceso será gradual y tomará años.

Mientras tanto, las principales compañías energéticas continuarán generando utilidades provenientes de sus líneas de negocio tradicionales basadas en combustibles fósiles. Su modelo continuará mientras las condiciones del mercado y las regulaciones gubernamentales se los permita.

Sin embargo, es de esperar que a la par incrementarán año con año inversiones y desarrollos de tecnologías “verdes”, así como se espera, también, el incremento de su demanda por parte de los consumidores.

Las grandes empresas de energéticos cuentan además con una ventaja competitiva, con respecto a las nuevas empresas que buscan producir combustibles alternos para uso in situ que necesitan las grandes industrias: la distribución. Es precisamente la capacidad de transportar de manera eficiente, en tiempos reducidos, a grandes volúmenes y con infraestructura de almacenamiento, lo que permite generar economías de escala y liderar la producción y venta de un producto masivo de costo competitivo.

Dependerá de las grandes naciones y empresas productoras de combustibles fósiles postergar o convertirse en el corto/mediano plazo en el ejemplo de adaptación, evolución y transición a producción de energías limpias y renovables, lo cual, sin duda, se traducirá como una de las principales soluciones para la reducción de emisiones globales, así como el acceso a precios competitivos de dichas energías.

Publicado en LFMOpinión.

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