Gesto de vanidad

canva.com

Por: Francisco Cirigo

• 29/07/2022

—No entiendo en todo caso qué quieres —dijo ella.

—Quiero que vayas y que conozcas a todos los hombres de tu vida, que se mezclen con tu saliva todas las frutas del mundo. Te invito a que desfallezcas de amor y nostalgia, que las tardes musicales te sean espejos de una realidad fantástica y el anochecer, preludio de extrañezas, pasiones y desvaríos.

Quiero obligarte a que vivas siempre preguntándote. A que se albergue en tus pulmones el sino, y que la incógnita te abra y te sane las carnes.

Quiero que tu soledad sea completa y que el absoluto te ponga de rodillas. Quiero que en tu intimidad brindes de vez en vez por mí.

Quiero que después de hacer el amor —como todavía se le dice— en sus ojos se asome la promesa y que te habite, que te llene de ese porvenir maldito que tanto anhelas.

Quiero que por meses y años me olvides hasta que una noche despiertes sudando frío, con las letras de mi nombre trituradas entre tus dientes.

Anhelo que la canción sea oportuna, que en la resaca acuda a ti mi fantasma, que las tardes se llenen de esa alegría inmensa que sienten los casi felices.

Y yo estaré aquí, inalterable, esperando tu retorno porque al fin entendí, comprendí, que soy una casa, aquello que llamarás hogar. Un amante lento y espeso, indigno pero leal. Será ese mi más altivo gesto de vanidad.

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