José Newman
Colaborador invitado

Ni los ardidos en la pira del ya extinto huachicol, primeros muertos de la epopeya amlista; ni los muchos que literalmente cayeron cual moscas, víctimas del inexistente Covid, ni siquiera aquellos fallecidos en el capitalino derrumbe de la Línea 12 serán tan memorables como los recientes tres a los que una bala alcanzó hasta el remotísimo interior de un templo trepado en las barrancas.

No es la cuantía de los victimados ni ninguna otra circunstancia, sino la sagrada escena del suceso, lo escatológico de los participantes y su imposible imputabilidad lo que hace esta masacre diferente.

Diferente también la frase que este mínimo paredón hizo sonar, breve, tajante, admonitoria, y la voz que la resonó.

Dos santos protegiendo a un gentil asesinado a los pies del altar por un poseso enloquecido. Hasta allá llegó el mal, luego de decenas de miles de asesinados y muertas en cientos de sitios diseminados en el inmenso suelo patrio. Todos mundanos, mundanas sus familias deudas.

Luego de la miríada de voces cruzadas inculpando, comparando cifras en el tablero del oprobio sexenal, estas recientísimas tres muertes detonaron un "¡ya basta!" diferente. En nombre de la Iglesia de Dios, de la Iglesia del Pueblo y frente a quien dice ser ambas cosas: ¡YA BASTA!

Publicado en LFMOpinión.

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