Gerardo Conde
Entrelazando
Colaborador invitado

El flamante dirigente nacional del PRI siempre concibió a lo largo de su carrera política que el camino a la cima del poder se reducía a complicidades y acuerdos con sus promoventes.

El mejor ejemplo de ese formato convencional se cumple al pie de la letra con su arribo al Comité Ejecutivo Nacional del PRI, por encima de Ivonne Ortega, exgobernadora de Yucatán, quién proponía al priismo encabezar un partido “contestatario” que retomara sus principios de moralidad pública, ante el descrédito del gobierno de Enrique Peña Nieto, como método para revivir al PRI en el terreno electoral.

Ante la orfandad política que implicaba estar en la acera de enfrente de Los Pinos —hoy desde la asta bandera del Zócalo capitalino, frente a Palacio Nacional— por tercera ocasión, ayer con el PAN, hoy con López Obrador y su partido Morena, la nomenclatura del Revolucionario Institucional optó por un personaje acostumbrado a la abyección en el medio político y, sobre esa base, le diera la cancha necesaria para ajustarse a la personalidad del inquilino de Palacio Nacional, sin chispar más allá de frases comunes como lo expresara Ernesto Zedillo, por mantener una sana distancia frente al gobierno de la 4T.

Los primeros tres años de la administración del obradorismo, así lo atestigua un PRI que, sin pena ni gloria, perdió lo ganado a nivel de gubernaturas y del Congreso de la Unión, desdibujándose en la geografía electoral; además de mostrar una organización política en decadencia, sin voz, en la tribuna legislativa.

Llevar al PRI a ese pantano fue tarea de Alejandro Moreno, cumplir con sus jefes priistas de no hacer olas que pongan a la deriva el barco de la 4T y exhiban a su líder como responsable de la “transformación del país", bajo su óptica.

Pero este escenario de transición aterciopelada, entre el PRI de la nomenclatura y el inquilino de Palacio, tiene sus costos políticos.

Para el PRI y su dirigente, verse como un “parlante” sin que le haga ruido la caída del Revolucionario Institucional, sin red de protección, porque el propósito es cumplir los dictados de los jefes.

En el caso del inquilino de Palacio, al avanzar en posiciones locales y en la subordinación de los otros poderes constitucionales, es decir, sin contrapesos legales y políticos, su arrogancia florecía, a tal grado que se autonombraba el rey de chocolate, además de sentirse el Mesías del país.

Perfil que provocó en los barones del México Neoliberal escozor y desconfianza hacía el personaje que juro y perjuró respetar la Constitución, al expresar que la ley está por debajo de la justicia.

Bajo este escenario las reglas cambiaron y el “acuerdo” se quedó en la hoja membretada de Los Pinos.

En esa coyuntura, el dirigente del PRI alzó la voz y la mano para hacerse notar y formar parte del descontento de los “barones neoliberales”, que agitan las banderas de la legalidad por encima de la justicia social.



No es casual sentarse a dialogar con Claudio González, representante de los barones, para definir una estrategia política de contrapeso frente al inquilino de Palacio y su partido Morena.

Esta situación obliga al dirigente del PRI a renovar su imagen de “parlante” y presentarse ante los suyos y frente a los panistas y perredistas como un líder opositor que se encumbra para retomar el micrófono y encabezar este movimiento, denominado “Va por México”.

Esa osadía de Alejandro Moreno que se expresó en el voto en contra de la Ley Bartlett le ha generado un costo político en su afán de recuperar terreno en este segundo tiempo del gobierno del inquilino de Palacio, al confrontarse con la 4T, sin cuidar su lengua.

En la perspectiva de Alejandro Moreno, es su momento político, ante un gobierno federal “sin resultados”, lleno de claroscuros, que le abra la puerta a su proyecto: estar en la boleta del 2024.

Sin embargo, en el lenguaje popular tener la cola muy larga es un buen motivo para descarrilar proyectos personales.

Ya se verá.

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Publicado en LFMOpinión.

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