Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
Tratamos a los hijos con tal agrado para evitar frustraciones y enojos que no nos damos cuenta que les estamos cargando un sentimiento de culpa en su educación.
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Consiste en querer educar a los hijos cargando con el sentimiento de culpa y tratando de agradarlos al máximo, con tal de evitar frustraciones y enojos.
Los compromisos laborales son tan elevados que muchos atareados padres de familia no tienen el tiempo suficiente para dedicárselo a sus hijos. De tal manera que van construyendo un pesado sentimiento de culpa que, para compensarlo, se esmeran en comprarles todo tipo de cosas acorde a su presupuesto y, también, cumplir con los deseos y caprichos más solicitados.
Al fin y al cabo estamos ante una medida artificial que se traslada al mundo de la fantasía. De aquí la idea de Disney, un parque recreativo para toda la familia en donde pasar los mejores y más divertidos momentos alejados de la realidad.
El hogar se transforma en una "fantasilandia", todos aparentemente felices y contentos cuando estamos reunidos, pero en el fondo el cariño y los afectos no son genuinos, no hay una entrega honesta. Es una simple compensación culpígena por estar tan ocupados con tantas asuntos, pero sin la responsabilidad y atención a los críos.
Hay madres que en el fondo de su mente sienten que los hijos son demasiada carga y por momentos llegan a sentir que estorban o son un desgaste inmerecido. Cuando se dan cuenta de esos sentimientos negativos, les nace una sensación amorosa que las motiva a querer compensar su ausencia, tratando de ser pacientes, tolerantes y muy gratificantes porque si no lo hicieran así estarían con mucho estrés y se irritarían muy pronto y, desde luego, acabarían en regaños y pleitos frecuentes.
Los papás Disney sienten que lo mejor es vivir en una "realidad familiar" en donde se imaginan que nada malo sucede y que todo marcha bien. Vivir aparentando que no hay problemas y dificultades y que no se van a dar cuenta de que las cosas no andan del todo bien. Llegan a creer que todo está bajo control y que los hijos no son capaces de entender y razonar los problemas de los adultos.
Sin embargo, las cosas no son así. Vivir de fantasías tiene un límite ineludible que se llama la realidad. Una vez que ésta llega a casa, lo que realmente está sucediendo, ahora sí, entra en agobio y comienzan las dificultades y todo por no afrontar los problemas a tiempo y querer maquillarlos con cuentos de hadas.
Está bien que por momentos salgamos a disfrutar de un par de días de entretenimientos y espectáculos, pero la vida diaria no es así y menos dentro del hogar. Los hijos sí necesitan la presencia de sus padres y una entrega atenta y dedicada para satisfacer sus necesidades primarias y, sobre todo, la guía y educación indispensable para formar un buen carácter.
Hacerles creer que la ausencia se compensa con sobreprotección o regalos y permisos sin límites adecuados es incurrir en una fantasía social, pues las cosas no son así fuera de ese hogar.
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