Espiral


La trampa de la polarización

Tapar las fallas del AIFA a golpe de tlayudas y clasismos de dos bandos.

#TheBunkerNoticias | La trampa de la polarización
Por: Redacción
  • 23/03/2022

Alejandro Envila Fisher
Colaborador invitado



La inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles demostró que en su estrategia de polarizar y dividir para ganar, el presidente López Obrador ha tenido un aliado involuntario pero inmejorable: una sociedad clasista, y también racista, que discrimina a la menor provocación.

Más de tres años no han bastado para entender y evitar la recurrente trampa de López Obrador, en forma de provocación, orientada a confrontar al México popular, populoso y a veces ávido de populismo, con el país de una diminuta clase alta y la todavía enorme clase media "aspiracionista".

México ha sido dividido, por su presidente en principio pero por muchos de sus ciudadanos después, en buenos y malos. Progresistas y conservadores, fifís y chairos, según el propio López Obrador, pero también según todos aquellos que le siguen el juego y convierten su rechazo al mandatario y sus decisiones políticas, en diatribas contra sus simpatizantes.

Cada vez que el presidente descalifica, se mofa, agrede o insulta a sus críticos (lo hace diariamente en su conferencia matutina) abona a la polarización porque sabe, lo ha comprobado hasta el cansancio durante los últimos tres años, que encontrará una respuesta igual de ofensiva, igual de ramplona e igual de irracional que sus ataques, dirigida a su forma de vestir, al lustre de su calzado, al outfit de su esposa, al cabello de su hijo, a la obesidad o a cualquier otra característica física de alguno de sus correligionarios.

Con la sucesión de provocaciones, el presidente no solo ha logrado distraer el debate de los asuntos verdaderamente importantes (inseguridad, avance del crimen organizado, debilitamiento de la democracia, militarización, derrumbe económico, desempleo, desabasto de medicamentos, crisis de salud, crisis de Derechos Humanos, violación sistemática de la ley, atropello a la división de poderes, entre otros), también ha conseguido que un amplísimo sector de la sociedad con serios desacuerdos hacia su forma de gobernar, se convierta en enemiga, no adversaria, del México al que él dice representar.

Muchos mexicanos que no piensan como López Obrador y reciben una agresión de su parte, responden con una ofensiva descalificación a sus seguidores por su nivel académico, su ortografía, sus costumbres, la colonia donde viven o su “falta de mundo”. Al hacerlo, solo consiguen fortalecer la base de seguidores del presidente y distraer la discusión de los verdaderos problemas nacionales.

Es mucho lo que se ha hablado y escrito sobre la perniciosa polarización a la que se ha llevado a México. Fue el presidente quien, como candidato primero y mandatario después, eligió encaminar al país por la senda de la división y el odio entre mexicanos. Pero en honor a la verdad, un amplísimo sector de las clases alta y media se ha convertido en cómplice, aunque sea involuntario, de un López Obrador que sabe que responderán a sus bravatas agrediendo a “los cuatroteros”, en lugar de concentrarse en criticar al gobierno y evitar las distracciones.

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Esa parte de la sociedad mexicana ha renunciado a debatir y confrontar ideas para entregarse al intercambio de insultos y descalificaciones con los simpatizantes y los voceros a sueldo del presidente López Obrador. Personajes de opereta como Lord Molécula, Jorge Gómez Naredo, El Chapucero, Patricia Armendáriz, Poncho Gutiérrez, Federico Arreola y muchísimos más, trabajan y parece que cobran por provocar para reproducir ese discurso de odio que alimenta la popularidad del presidente. Insultarlos o entrar al juego del intercambio de ofensas entre “chairos” y “fifís” implica caer en la trampa de la polarización y alimentar, desde el otro extremo, el mismo discurso de odio.

El ejemplo más reciente de esa distorsionada forma de expresar los desacuerdos ocurrió apenas el lunes 21 de marzo. El motivo: la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. El proyecto y la obra están plagados de elementos cuestionables y controversias de fondo. Entre otras cosas, se podría argumentar que solo se inauguró el remozamiento y cambio al servicio de aviación civil, de una pista que ya existía en la que antes era la Base Militar de Santa Lucía. También se podría hablar de contratos documentados con empresas de papel, de asignaciones directas al por mayor, de la ausencia de la certificación internacional que impide el aterrizaje de vuelos internacionales. Esos son elementos para cuestionar de fondo el proyecto, su ejecución y su eventual aportación al desarrollo nacional.

Sin embargo, desde el mismo lunes los espacios de expresión del sector de la sociedad que está en desacuerdo permanente con López Obrador, se llenaron de videos y señalamientos que, lejos de cuestionar la viabilidad, la transparencia y la utilidad del proyecto, se dedicaron a exhibir el estilo arquitectónico de las instalaciones, parecido a un supermercado popular de autoservicio, el perfil de los locales comerciales abiertos en la terminal aérea, y hasta la presencia de comercio ambulante de mercancías y fritangas en sus pasillos. Muchos de los comentarios iban cargados del clasismo que, con sorna, denuncia el presidente en sus discursos matutinos porque, él sabe, eso fortalece su popularidad.

El nuevo aeropuerto puede ser un monumento al mal gusto y quizá no se parezca ni a Heathrow en Londres ni al de Kloten en Zúrich. Pero convertir las preferencias por la comida grasosa, o la ausencia de tiendas de relojes suizos, en elementos de critica de un megaproyecto de infraestructura, es darle la razón a quien todos los días descalifica a la clase media por aspirar a vivir mejor y a la clase alta, llamándola fifí.

Parece increíble que, tres años después de iniciado el sexenio y de que resultó evidente que la polarización es la apuesta presidencial para fortalecerse, muchos de los ciudadanos que se asumen como adversarios al proyecto lopezobradorista, no advirtieran que el perfil de negocios de comida y souvenirs instalado en el nuevo aeropuerto, así como la arquitectura de las nuevas instalaciones, intencionalmente austeras, la decoración de los baños, e incluso la presencia de ambulantes el día de la inauguración, fueron parte de otra provocación presidencial para hacer aflorar el discurso clasista que alimenta la popularidad de López Obrador.

Las expresiones para denostar un local de hamburguesas, las tlayudas, las donas o la miscelánea en un aeropuerto internacional, solo muestran que el sector social adverso crítico al presidente, no ha comprendido aún que la crítica clasista no solo distrae, también agudiza la división de la sociedad y fortalece la popularidad de López Obrador.

El presidente le ganó a sus críticos con la inauguración, pero no porque su aeropuerto estuviera terminado a tiempo (no está concluido), ni porque resuelva el problema de saturación en la CDMX, sino porque al evento se respondió con críticas a las formas y no al fondo, que invocan una supuesta vergüenza nacional por el decorado popular de la instalación y por parecerse más a una central camionera, que a una terminal aérea de superlujo ultramoderna.

Sobre los problemas del proyecto que de verdad pesan y cuentan, sobre la pobre accesibilidad a los discapacitados por ejemplo, fue muy poco lo que se dijo entre las voces de la sociedad.

@EnvilaFisher

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