Espiral


Ahuitzotl

La voz apenas me sale, como un cuenco que no termina por surgir. Pregunto si estamos en el inframundo, si ya estoy muerto. No recibo respuesta alguna. Intento despertarme de distintas formas pero no hay resultado. Aquí reina una noche profunda.

#TheBunkerNoticias | Ahuitzotl
Por: Redacción
  • 20/03/2022

Ethan Calva
Colaborador especial





Hubo un tiempo en el que pensé que ya solamente dialogaba con fantasmas. El bullicio de la vida exterior se había suspendido por tiempo definido, y me entretenía con cualquier detalle de la sutil vida al interior. Así olvidé entrar a una reunión de trabajo por mirar los remolinos que formaba el agua al irse por el fregadero u olvidaba responder mensajes por explorar la geografía de las paredes.

A veces escuchaba murmullos que no entendía, justo antes de despertar. Desayunaba pensando que había sobrevivido un día más a la peste que nos mantenía encerrados y que nos hacía desconfiar hasta del aire. Por lo pronto había trabajo, pero mañana quién sabe. No tengo muchos detalles de esas semanas que parecían años, pero todo comenzó a iluminarse un poco cuando podía salir de nuevo.

Fui al que siempre aventaban sus primos a las albercas o toboganes por broma. También el que veía con desconfianza las coladeras sin tapa, evidencia de un oscuro negocio de venta de metales en la ciudad. Por eso, en esta tarde en que salgo a dar un paseo, veo con desconfianza cómo escurre el agua de una fuga entre las calles, que forma ya un pequeño arroyo. Hay algo en el agua corriente que me hace desconfiar.

Sigo caminando y me percato de que mi agujeta está desatada. Al agacharme para atarla de nuevo, veo algunas marcas de colores apagados sobre la banqueta. Nunca las había visto, pero forman figuras. Temiendo que sean señales de pandillas, prefiero continuar. Supongo que a mis personas cercanas ya no les parecen tan divertidas mis paranoias, pero juro que hay algo muy real en todo eso que pienso.

Escucho tronar el cielo y sé que no voy a poder eludir la lluvia. Ya valió. Emprendo el camino de regreso a casa, y en segundos la lluvia parece cubrirlo todo. La visión se dificulta un poco, solo escucho los autos pasando cerca de mí. Camino entre los charcos evitando pensar en el agua, pero percibo un sonido penetrante e increíble. Simplemente no puedo ignorarlo, es demasiado fuerte.

Es el sonido del llanto de un bebé en medio de la maldita lluvia. Con la vista todavía nublada intento encontrar de dónde viene. Es claro que está desesperado, ¿lo habrán abandonado? Tendré que llamar a la policía o algo, pero no puedo verlo. Guiándome por el sonido, intento alcanzar a tocarlo con las manos pero nada. Hablo y mi voz se confunde fácilmente con el aguacero.

Doy unos pasos más y siento que pierdo el pie izquierdo. Resbalé en una coladera pero algo me sostiene. Siento unos dedos largos y nudosos envolviendo mi tobillo con fuerza. Es abundante el aroma a drenaje y humedad. Mi corazón se detiene y no puedo decir un carajo. Esa fuerza que me sostuvo poco a poco me empieza a llevar abajo, hasta que en un rápido movimiento termino sumergido. No alcanzo a gritar, ya estoy en las profundidades.

Caí unos metros quizás, pero no me siento lastimado. Abajo los aromas son más penetrantes y distingo el agua de lluvia que se filtra ya como un torrente. Volteo a todos lados y distingo la silueta del ser que me arrastró aquí. Me queda claro que no es una persona ni un vagabundo, pero estos dedos que siento aprisionando mi tobillo son muy reales.

No es hasta que unas luces venidas de la superficie iluminan por un instante el espacio, cuando veo al agresor. Es como un perro negro, de pelaje liso, orejas en punta pero pequeñas; su cara no parece demostrar gran ferocidad, pero tiene una larga cola, coronada por una mano que me sigue teniendo cautivo. Su respiración es agitada. La impresión me hace estremecerme y querer correr instintivamente. Pero la criatura me aprieta con más fuerza, y solo cede un poco cuando detecta que ya no me muevo.

Cuando el sonido de la lluvia se detiene, el monstruo se lanza hacia abajo y me lleva con él. Mi cuerpo va dando tumbos entre las paredes de concreto del drenaje, y las aguas sucias revuelcan mi cuerpo. El aroma y las sensaciones fétidas me dejan de importar, porque es más grande mi terror. ¿Qué tanto vamos a descender? No sabía que esto podía ser tan profundo. Mi mente deja de intentar explicarse qué es este ser.

En un punto, las aguas dejan de ser turbias y parecen inusualmente claras, como si fueran recién extraídas de un manantial. Es más, la luz parece venir de abajo, como si hubiera lámparas en las profundidades. El movimiento me hace tragar agua una y otra vez, y toso con desesperación, además de que parece haber menos aire cada vez. Cada vez estoy más resignado que voy a perecer aquí.

Finalmente distingo las paredes rocosas de algo que parece una cueva. El sonido mismo del agua desaparece hasta convertirse en un silencio espectral. Soy arrojado contra una de las paredes. La criatura, aun ligeramente sumergida, me observa a la distancia. En la pared veo un tallado del mismo animal. Recuerdo haberlo visto en el museo de antropología, con una vaga descripción de criatura mitológica con su nombre un tanto irónico: ahuizote o ahuizotl.

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La voz apenas me sale, como un cuenco que no termina por surgir. Pregunto si estamos en el inframundo, si ya estoy muerto. No recibo respuesta alguna. Intento despertarme de distintas formas pero no hay resultado. Aquí reina una noche profunda. Lo que recuerdo de este día y de los últimos años se desvanece en mi mente. Finalmente, repito una y otra vez el nombre de la criatura esperando a que salga una voz de entre las piedras y me responda. Pero nada.

Escucho un leve gruñido. El ahuizotl se lanza sobre mí y me sumerge a unas aguas oscuras, en el centro de la cueva. Siento que mis ojos se desprenden de mi cuerpo, que pierdo las uñas y la sensación de los dedos, y la sensación de sofocarme sin aire. En un principio todo es una oscuridad magra y distante, sin sensaciones más allá del dolor y la desesperación.

Pero ahí, entre las sombras, empiezo a distinguir figuras que danzan en círculos a través del espacio. Se me olvida hasta que me voy a morir, y me concentro en esas visiones. Siento que el corazón se me escapa del pecho, y que la sangre fluye y se evapora de mi cuerpo a gran velocidad. Siento todo, y a la vez me parece que floto en un vacío. Recuerdo las sonrisas siempre siniestras de las calaveras. Las garras del monstruo me sueltan y entonces dejo de sentir.

Despierto y veo la ciudad. El cielo está en el suelo, múltiples construcciones parecen crecer hacia abajo, se invaden unas a otras. Siento que ya no respiro. El poco viento que me sacude el cuerpo es cortante como un cuchillo de obsidiana. Siento que me desintegro, pero parezco verlo todo. Me consumo como esos remolinos que me entretenían días atrás. Quizás así acaben mis días y nadie vuelva a encontrar ni un rastro de mí.

La visión termina. Despierto otra vez y me incorporo tosiendo con desesperación. Tengo la cara llena de una tierra seca y parda. Respiro con dificultad, siento que todo ha pasado. No sé qué hago ahí. Un ruido a mis espaldas me hace voltear y ahí está el ahuizotl. Pero este ya no es su reino divino, acuático de las profundidades. Esta es la tierra del lago seco que sostiene a la maldita ciudad.

Veo a la criatura con sed, aquella mano que me capturó escarba buscando agua con desesperación. Pese al caos, siento una pizca de compasión. Desearía lanzarlo nuevamente al agua y olvidarme de este día, guardar el secreto. Al final, la veo correr hacia unos carrizales maltrechos que aún sobreviven en una parte alejada. Quizás lo último que queda de ese viejo paraíso.

Intento alejarme caminando, veo una gran avenida a lo lejos. Sé que tengo la mirada desencajada y que parezco un loco. Avanzo por inercia, corren los minutos y las horas. Llego a casa, y no sé por qué estoy vivo. Siento un gran peso en todo el cuerpo y debo tomar un baño en mi tina, para intentar olvidar lo que ocurrió. No me interesan ya las explicaciones, ni la lógica de esto.

Sumerjo el cuerpo en el agua caliente, cierro los ojos. Me relajo, tal vez demasiado. El peso del cuerpo me hunde bajo el agua poco a poco, pero no tengo fuerzas para salir. No siento la desesperación, de vuelta a dialogar con fantasmas pero sin poder dar marcha atrás. Me río para mis adentros: bastante raro sería que después de todo me fuera a salvar. El ahuizotl no falla.

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