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La historia en reversa

A diferencia de los liberales del siglo XIX, nuestro actual presidente es un hombre de palabras, pero no de ideas, y sus acciones no llevan al cumplimiento de sus promesas.

#TheBunkerNoticias | La historia en reversa
Por: Redacción
  • 06/03/2022

Colaboración de
Santiago Portilla




“Juntos haremos historia”, fue el lema de la coalición política encabezada por Andrés Manuel López Obrador que ganó la Presidencia de la República y el Congreso de la Unión en 2018, efectivamente con márgenes electorales históricos. ¡Y vaya que han hecho historia! Pero en reversa.

El 1 de diciembre de 2021 se cumplieron tres años de que AMLO tomara posesión como presidente de la República. ¿Qué lugar ocupa en la historia de México? La pregunta vale porque desde antes de la elección de 2018 prometió que su gobierno llevaría a México a su Cuarta Transformación histórica, después de la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. El logotipo de su administración tiene a Hidalgo y Morelos, a Juárez (enarbolando la bandera), Madero y Cárdenas. El político tabasqueño ha dicho en diversas ocasiones que aspira a ocupar un lugar en la historia semejante al de estos héroes nacionales. ¿Se cumplirá esta aspiración?

Hidalgo luchó por la independencia de la Nueva España respecto de la dominación napoleónica de España; Morelos, por la independencia plena respecto de España, por un México libre y católico. Ellos no lo consiguieron, murieron en el intento. Lo lograron Iturbide y Guerrero en 1821, quienes no aparecen en el logotipo de AMLO.

Juárez, al frente de una impresionante generación de liberales, todos hombres de ideas y de acción, vence primero a los conservadores que se aferraban al predominio de la Iglesia Católica y a los fueros militares y eclesiásticos, y después al ejército francés que impuso durante cinco años un gobierno monárquico encabezado por el noble austriaco Maximiliano de Habsburgo, paradójicamente tan liberal como el mismo Juárez. Se puede decir que aquellos liberales consiguieron para México su segunda independencia y consolidaron una República laica, democrática y de derechos individuales.

Por su parte, Madero se rebeló contra la dictadura que se negó a reconocer el derecho al voto de los ciudadanos, que había hecho de la Constitución liberal de 1857 letra muerta y había acabado con todo rastro de independencia de los poderes Legislativo y Judicial. Lo que Madero quiso fue restaurar la plena vigencia de la Constitución en un régimen democrático y civil, con verdadera división de poderes, sin reelección y en el que los votos determinaran efectivamente la formación de gobiernos representativos. El intento le costó la vida a manos del Ejército. Cárdenas, con una gran conciencia social, acaba con el Maximato de un solo hombre para instaurar la renovación efectiva del Poder Ejecutivo, aunque terminó consolidando el presidencialismo del partido hegemónico. En su contexto histórico-político, fortaleció el corporativismo del partido en el poder.

¿Sigue López Obrador el ejemplo de estos héroes patrios? Vayamos por partes. Hidalgo y Morelos, el primero inadvertidamente, el segundo con plena conciencia, lucharon por la Independencia nacional. López Obrador se ha mostrado sumiso a los deseos del presidente de los Estados Unidos de América, sobre todo a Donald Trump, el más antimexicano en un siglo.

Trump inició su campaña electoral asegurando que los mexicanos que llegan a Estados Unidos son violadores y portadores de drogas ilegales, afirmando que México manda a su país a lo peor (“bad hombres”) y diciendo que construiría un muro impenetrable en la frontera común. En campaña electoral, el mexicano aseguró que respondería en las redes sociales a Trump cada una de sus afirmaciones contra México y lo pondría “en su lugar”. Cuando llegó a la Presidencia, nunca cumplió esta amenaza y, en cambio, se sometió completamente a las exigencias del estadounidense de controlar la migración centroamericana, que el mismo López Obrador provocó al decir que daría la bienvenida a los migrantes y les ofrecería empleos y servicios como salud y educación, con visas de trabajo. Los dos presidentes compartían su inclinación al populismo, y el mexicano fue a apoyar la campaña de reelección de Trump.

López Obrador habla constantemente de la soberanía nacional para justificar varias de sus políticas; sin embargo, su noción de soberanía es antigua y se basa en una especie de autarquía, pues desconfía de las inversiones privadas nacionales y extranjeras como motor de desarrollo. De hecho, la economía de mercado le parece sospechosa, “neoliberal”, una tendencia perniciosa para el pueblo, la manera de saquear las riquezas del país en beneficio de unos cuantos, entregarlas al capital extranjero y mantener la extrema desigualdad.

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En el actual gobierno, estas ideas han generado un ambiente hostil a la inversión, lo que ha dado como resultado un nulo crecimiento de la economía, la pérdida de empleos y el aumento en la cantidad de pobres. Vale entonces preguntarse si su concepto de soberanía es propicio para estimular la creación de riqueza y una mejor distribución de la misma. En otras palabras, ¿el gobierno de López Obrador hace más independiente a México, como querían Morelos y Juárez, o menos? Un país como Japón, con una población similar a la mexicana en tamaño, con una muy activa participación en los mercados mundiales, ¿es menos independiente que nuestro país? Tiene más de 40 mil dólares per cápita, mientras México no llega a 20 mil, y tiene una estructura social mucho más igualitaria que la mexicana. Dejo al lector las respuestas a estas interrogantes.

¿Cuáles son los valores que encarna Juárez y en qué medida los aplica López Obrador, para quien el indio oaxaqueño es el héroe con el que más se ha identificado siempre?

En primer lugar, la separación del Estado y las iglesias, es decir, el laicismo. Juárez era creyente, pero nunca invocó a Dios en público. López Obrador, en cambio, ha llegado a compararse con Cristo, invoca con frecuencia al “Creador”, habla de los valores cristianos y se refiere constantemente a la “fraternidad universal”, concepto extraño cuyo origen en su ideario nunca ha aclarado. Ha propuesto la creación de una “Constitución moral” y mandó imprimir una versión a modo de la Cartilla moral de Alfonso Reyes, que distribuye con ayuda de iglesias protestantes. ¿Por qué se perseguía a Cristo?, ha preguntado más de una vez. Y su respuesta es que defendía a los humildes, a los pobres, tal como él afirma que lo hace. La contradicción con el laicismo juarista es evidente.

A diferencia de los liberales del siglo XIX, nuestro actual presidente es un hombre de palabras, pero no de ideas, y sus acciones no llevan al cumplimiento de sus promesas.

Otro valor supremo para Juárez era la legalidad a la que debían apegarse invariablemente los gobernantes, empezando por la Constitución. Con ella defendía igualmente la institucionalidad democrática, especialmente la efectiva división de poderes. López Obrador toma frecuentemente decisiones ilegales, desde que decidió cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco, iniciar grandes obras (refinería de Dos Bocas, Tren Maya, aeropuerto de Santa Lucía) sin cumplir los requisitos para ello, otorgar la gran mayoría de los contratos de obra pública y compras sin licitación y por adjudicación directa, proponer leyes anticonstitucionales, participar ilegalmente en los procesos electorales en favor de sus candidatos y su partido, y actuar en otras materias creyéndose amparado por sus iniciativas aun antes de que sean aprobadas, por ejemplo, prohibiendo desarrollos de energía limpia tras haber enviado una iniciativa de contrarreforma energética, antes de que esta se apruebe.

Y todavía más evidente es el llamado “decretazo” por el que el presidente se arroga la facultad de llevar a cabo obras sin cumplir las normas ni rendir cuentas sobre ellas, con el pretexto de la “seguridad nacional”. Protestar cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes y hacer lo contrario, no es precisamente una buena manera de honrar el legado juarista. Apoyado en sus mayorías parlamentarias, en la práctica López Obrador ha anulado la división de Poderes, principio democrático elemental, juarista y maderista.

Madero se rebeló en 1910 contra la dictadura de Porfirio Díaz para dar nueva vigencia a la Constitución de 1857, es decir, una vez más, como Juárez, para hacer del Estado mexicano un Estado de Derecho y no el dominio de un solo hombre.

La de Madero fue una insurrección en pro de la democracia, en contra del absolutismo, es decir, de la concentración del poder en un solo hombre y en contra del militarismo, del que surge la dictadura. Fue precisamente el Ejército el que en 1913 protagonizó un cuartelazo contra Madero, para instaurar una autocracia militar. Con el fin del proyecto maderista, la democracia tardaría más de 80 años en echar nuevas raíces a partir de la Reforma Política de 1977 a 1996, que dio lugar a la transición democrática.

En 1996 esta transición dio como resultado la creación del Instituto Federal Electoral, totalmente ciudadano, autónomo, base del sistema electoral que ha sido reconocido como uno de los más completos y mejores del mundo. Una transición de la que seguramente Madero se habría sentido orgulloso. No López Obrador.

En su reconstrucción de la historia reciente, la transición a la democracia ocurrió durante los años de su maldecido “neoliberalismo” y consistió en la creación de un ente fraudulento, el IFE/INE, de modo que el presidente López Obrador se ha sentido justificado para atacar a las instituciones de la democracia, en primerísimo lugar al INE, también al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. De hecho, desea desaparecerlos y llevar sus funciones a la Secretaría de Gobernación, con lo que la organización y calificación de las elecciones ¡volverían a estar en manos del Ejecutivo Federal! Como antes de la Reforma Política. La historia en reversa.

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Otra vertiente del ataque del gobierno de López-Morena a la democracia son sus reiterados esfuerzos para debilitar o anular instituciones constitucionalmente autónomas (CNDH, CRE, CNH) o de plano desaparecerlas como hizo con el Instituto Nacional para la Evaluación Educativa al comenzar la administración. López Obrador quiere acabar con cualquier rastro de contención al poder del presidente, incluida la división de Poderes, pues obliga a sus mayorías a aprobar sus iniciativas “sin cambiar ni una coma”, aunque sean abiertamente anticonstitucionales.

Madero afirmaba que el origen del absolutismo era el militarismo, por lo que el gobierno debía ser completamente civil. Al terminar la Revolución, en 1917, los militares dominaban la política nacional. Entre esa fecha y los años 40 ocurrió un proceso gradual de desmilitarización, por el que se fue reduciendo el presupuesto militar, así como los efectivos del Ejército y cada vez más civiles ocuparon cargos de elección popular, hasta hacerse cargo por completo de las funciones de gobierno. Este aspecto de la democratización está siendo revertido por el presidente López Obrador, quien le ha dado un nuevo y más relevante papel a las fuerzas armadas, a las que ha entregado sin reservas la responsabilidad de la seguridad pública y cada vez más funciones de construcción y administración de infraestructura estratégica. Recientemente, el presidente anunció que creará una empresa pública de las fuerzas armadas para el manejo de aeropuertos, ferrocarril y puertos marinos, así como del corredor interoceánico entre Coatzacoalcos y Salina Cruz.

En sentido contrario a la tendencia postrevolucionaria, de manera gradual pero constante, López Obrador ha comenzado un proceso de militarización del país, caracterizado por la opacidad con el pretexto de que los asuntos que manejan el Ejército y la Marina son materia de seguridad nacional. Pareciera seguir el guión de otros populismos, de dar a los militares jugosos negocios para asegurarse su lealtad incondicional.

Incluso el general Lázaro Cárdenas, el héroe más reciente de López Obrador, redujo paulatinamente el presupuesto del Ejército con la intención de desmilitarizar la política.

En suma, la Cuarta Transformación proclamada por AMLO no honra las gestas de los héroes de las tres transformaciones anteriores: ni la Independencia, ni las libertades civiles, ni el apego a las leyes, ni la democracia, ni la equidad social. Repartir dinero en efectivo en lugar de procurar un crecimiento dinámico de la economía para generar oportunidades, empleos y una mejor distribución de la riqueza, solo reproduce y perpetúa la pobreza, y concentra aún más el poder en el presidente. En este sentido, no es de extrañar que, a tres años de la actual administración federal, el primer mandatario siga siendo popular a pesar de que más de cinco millones de personas hayan pasado a la condición de pobreza. La historia en reversa.

Publicado originalmente en Trinchera #1, diciembre de 2021.

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