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Mi derecho a no ser madre; cuando la maternidad no llama

Incluir a otro ser humano en tu vida que poco a poco va inundando tus espacios, tu intimidad, tu cuerpo es el gran dilema de las mujeres de hoy: tener o no hijos.

#TheBunkerNoticias | Mi derecho a no ser madre; cuando la maternidad no llama
Por: Redacción
  • 05/03/2022

Colaboración de
Dulce González



Incluir a otro ser humano en tu vida que poco a poco va inundando tus espacios, tu intimidad, tu cuerpo es el gran dilema de las mujeres de hoy: tener o no hijos, ¡vaya complicación!

Pero vayamos desmenuzando el tema.

Por siglos el papel de la mujer ha sido el de procrear vida; cuidar y formar personas que con el tiempo se independizarán, bueno, casi siempre, ¿y después?

Cada día se escuchan a tantas mujeres mencionando lo cansadas que están, la culpa que desarrollan por estar permanente ocupadas entre el trabajo y los hijos tratando de ocultar las veces que se permiten quejarse de la maternidad, cómo se tragan las experiencias por temor a ser juzgadas. Ser madre nunca fue fácil, pero hoy con tanta información tener un hijo es una elección.

Es por esto que cada día más mujeres toman la decisión de no incursionar en la maternidad. Comienza con una incompatibilidad de la vida laboral y profesional independiente, choca con un estilo de vida al que han accedido a través de la información, a los anticonceptivos y sobre todo a la libertad de decidir. En su mayoría son mujeres que tienen las riendas de su vida, que no se han dejado seducir ni amedrentar por las presiones y la incomprensión que conlleva esta decisión. Algunas simplemente decidieron no ser madres porque no quieren.

Y es que lo que la maternidad implica se traduce en sacrificio o vocación y no todas las mujeres la tienen; hoy es más importante ser quienes somos y no lo que los demás quieren que seamos. Es la lucha personal por la identidad que en un porcentaje alto se confunde con egoísmo y falta de responsabilidad; nada más alejado de la realidad, pues para tener una carrera exitosa se necesita disciplina, responsabilidad y mucha entrega, lo que invariablemente no deja tiempo para más.

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Hay quien no tiene vocación de tener hijos, quien decide que realizarse en la vida no tiene nada que ver con procrear, y el tema es que generacionalmente las mujeres que hoy rondan entre los 35 y 48 años han tomado esa decisión revelándose a las costumbres que les inculcaron y al papel históricamente natural; sin embargo, la presión social es implacable, los comentarios acerca del reloj biológico y el paso del tiempo se hacen presente en estos rangos edad, pero ninguno de los que animan a la mujeres a la maternidad estarán cuando haya pasado el tiempo y se arrepientan de no haber seguido su camino. Las frustraciones serán solo de ellas.

Lo que hay detrás de esta postura va más allá de los convencionalismos sociales: la sociedad siempre castiga la maternidad.

Una de las cuestiones que pesan a la hora de tomar la decisión de tener descendencia es el desarrollo de la carrera profesional, sobre todo porque, salvo honrosas excepciones, también la vida laboral castiga a la maternidad.

En las decisiones de familia o de plan de vida, la mayoría se encamina a lo que es más fácil hacer o a lo que todos hacen, no siempre se animan a hacer valer sus deseos, así, las cosas suelen ser más erráticas y a veces borrosas. El camino es único como nosotros mismos y no hay manual.

Pero la mayoría de las veces llegar a ser nosotros mismos es tener el valor de ser distintos. No por el sólo hecho de diferenciarnos, porque básicamente todos somos distintos. ¿Diferencias? Mas bien las esquivamos, las sufrimos, las negamos. No nos damos el derecho de ser, convirtiéndonos a veces en nuestros propios tiranos.

Ni siquiera ahora que el plan de vida de las personas está mucho menos regido por las convenciones o el “deber ser”. Aunque todo ese entramado cultural sigue pesando y mucho. A veces las personas confunden lo que son con las costumbres que les inculcaron. Y seguir su propia convicción los hace sentir culpables.

Las mujeres tienen múltiples oportunidades de desarrollase a plenitud en tanto puedan dar lo mejor de sí mismas. Y lo mejor de ellas surge cuando toman decisiones en armonía con su genuina vocación en todo sentido.

En las decisiones profesionales, por ejemplo, es más probable que sobresalgan y sostengan el esfuerzo en una carrera, si esa elección condensa sus talentos y su pasión, lo que retroalimenta. Si estudian derecho o medicina porque eso les inculcaron, recorriendo no sólo un camino que no fue trazado como propio, sino además traicionando su esencia y privando a la sociedad de los bienes que pueden ofrecer como personas si se desarrollan en aquello en que puedan progresar siendo felices.

Hay quien lo tiene claro desde muy temprana edad, quien no siente el deseo de ser mamá. Lo primero que hay que resaltar, en términos de identidad, ya sea profesional o personal, es que sus deseos cuentan, son importantes y, sobre todo, merecen ser escuchados. Porque ese impulso interior nos está hablando de quiénes somos o de quiénes queremos ser. Nadie tiene la obligación de tomar una decisión inalterable como no ser padre o madre a los 20 años. Pero tampoco hay derecho de que tome la decisión inalterable de serlo, sólo porque todos lo hacen.

Lo que se hace sin convicción deviene en un camino de frustraciones que puede tornarse irremontable. Y la vida pasa demasiado rápido como para no animarse a vivirla desde la verdad interior. Entonces, lo primero para decir es que todas tienen derecho a ser las dueñas de su destino, pero que eso básicamente es una decisión que primero deben tomar, luego defenderla si es necesario y tercero, hacerse cargo de las consecuencias.

En materia de maternidad o paternidad, el dilema se extiende tanto tiempo como el que aún podamos ser padres o madres. Y a lo largo del tiempo volvemos a reflexionar si queremos o no dar ese paso. Cuando uno toma una decisión también decide lo que está dispuesto a perder. Tener un dilema no es una tragedia. Es un camino de evolución y de verdad interior. Es la gran búsqueda de la vida. Y la única que puede llevarnos a ser plenos. Ser libres es estar integrados, que nuestras acciones respondan a nuestra verdad interior. No hay ser sin hacer.

Habrá quien diga que los hijos son una bendición y una fuente inagotable de amor y orgullo. Es una posición respetable y, por qué no, hasta valida, siempre y cuando eso sea lo que eligieron por convicción y no por convencionalismos.

Los hijos representan una gran responsabilidad, no es temporal, no es una maestría que decides abandonar, no es un curso de seis semanas; es un contrato donde la fecha de caducidad llegará hasta el último de tus días.

Ninguna decisión es perfecta. Por eso se debe estar seguro de que la decisión que se toma sobre tener hijos o no tenerlos no se interpondrá en la vida para disfrutar interiormente, de ser las autoras de su camino, de abrazar la experiencia de escribir la propia historia, aprendiendo de los errores y disfrutando de los riesgos que se asumen.

A veces, la incomprensión familiar o de los amigos no deviene de que estemos rodeados de villanos. A veces ser diferentes también nos hace sentir interpelados. ¿Cómo alguien hará algo diferente a lo que todos hacen? Durante mucho tiempo, lo “normal” fue vivir en automático, una vida guionada paso por paso, casi exacta a la de los abuelos o padres, y eso representaba “lo que está bien”. Esa estructura mental es la que hoy cruje, pero si somos auténticos con respecto a protagonizar la ruptura del entorno, ejerciendo la libertad, se refuerza la idea de que sí se puede elegir tener hijos o no.

Publicado originalmente en Trinchera #1, diciembre 2021.

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