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La política tiene que hacer sentido: Woldenberg

A los ciudadanos se les convoca para cosas importantes, que les hagan sentido, que le sean cercanas y sentidas, que sean verdaderas.

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Por: Luis Farias Mackey
  • 21/02/2022

El peligro es el desgaste del expediente electoral: hacer banal la democracia y vaciar a la política de substancia”. El riesgo es derivar en una democracia bananera, dice José Woldenberg acerca del ejercicio de revocación de mandato hoy en México.

La política tiene que hacer sentido”. Si de suyo es difícil entusiasmar a la ciudadanía; si, como sostiene Michels, la dificultad para la movilización ciudadana es uno de los graves desafíos de la democracia, convocar a ejercicios sin sentido y, además, ¡fake!, puede dañar a nuestra democracia. Más aún cuando, de suyo, todos los días se le acosa y descalifica en sus instituciones.

Veamos la consulta popular “contra expresidentes” que la Corte tradujo a una pregunta incomprensible: el 93% de la lista nominal de electores le dio la espalda. Ya no hablemos de las dos pseudoconsultas previas, al margen de la ley, la primera de ellas, de un particular a particulares, sin reglas y en una caricaturización de la participación ciudadana.

En una democracia a los ciudadanos se les convoca para cosas importantes, sostiene Woldenberg, que les hagan sentido, que le sean cercanas y sentidas, que sean verdaderas. Una revocación de mandato implica en sus términos una crisis institucional profunda, con millones de gentes en las calles y situaciones límite. “¿Dónde está el clamor ciudadano; la causa efectiva para remover anticipadamente a un gobierno constituido; para correr los riesgos que les son inherentes?”

Al contrario, quien convoca es el propio presidente, en un juego narcisista y de chantaje “de me quedo o me voy”. López Obrador fue legítima y mayoritariamente electo, goza de una amplia aceptación y nadie está solicitando su remoción, salvo su narcisismo.

Los problemas en política llegan cuando se multiplican según el contexto. Y aquí hay por lo menos dos contextos.

En el primero, los llamados a la abstención no son a no votar, sino a abstenerse de ser parte de una farsa o ejercicio democrático espurio. Muy diferente será en el 2024, donde creo habrá mucha disposición ciudadana a participar, razones de sobra para hacerlo y, por supuesto, opciones verdaderas en juego.

En otras palabras, no hay nada en juego que llame a un voto sensato y maduro. De allí las discusiones interminables que pueblan nuestros días. En el fondo no se discute si votar o no votar, sino qué estamos votando, para qué y por qué. De ahí el sin fin de obstáculos que artificialmente se le han sumado, para discutir lo marginal y no lo sustantivo.

El otro contexto es estructural y de gran preocupación. La revocación de mandato no consideró las condiciones políticas que nos hacen proclives a situaciones de desestabilización e incentivos perversos. Faltaron elementos, como en casi todo hoy en la vida pública del país, para una reflexión y deliberación serias.

Nuestra circunstancia es la de una democracia pluripartidista con gobiernos de mayoría relativa. A diferencia de democracias bipartidistas o de segundas vueltas, donde se constituyen gobierno con mayorías absolutas (la mitad más uno), en México prevalecen gobiernos con exiguas mayorías y pluralidad de jugadores. Bajo esta perspectiva, la revocación de mandato para presidente y gobernadores augura una democracia que no construya consensos ni espacios de colaboración, sino que eternice la contienda electoral (las campañas). Quienes pierdan la elección tendrán el camino abierto para en automático prolongar la gesta electoral por la vía de la revocación.

Y es que lo que mal empieza mal acaba, razona Woldenberg, partimos de un pecado original: quien propuso la revocación del presidente fue el presidente mismo, sin causa aparente, temporal ni lógica, solo bajo el mantra del que “el que pone quita”, sin que mediase causa alguna para quitar. Y, además, que el que quiere quitar no puso, sino fue puesto y ahora se quiere autoquitar para reponerse. Lo hizo, además, violando los principios de no aplicación retroactiva de la ley y no legislar ad hominen. En todo caso, la revocación debió hacerse efectiva del 2024 en adelante.

“Pero bueno, ya es constitucional. No obstante, siendo para presidente y gobernadores, por qué, la revocación se aplica ahora solo para presidente y no para gobernadores en funciones. Ahí se durmieron las oposiciones, debieron haber exigido, ya que es una revocación motivada desde el poder, que fuese simultáneamente para presidentes y gobernadores de Morena. De entrada, hubiese habido más incentivos para revocar. Pero el solo plantearlo acredita lo perverso del expediente, lo riesgoso del ejercicio y lo desgastante que puede resultar para nuestra democracia”.

Pepe, como le dicen en confianza, observa que todo esto expresa un menosprecio para los ciudadanos; desestimación que se acredita en el trato que el presidente da a las organizaciones sociales, medios de comunicación, académicos, mujeres, víctimas y todo aquel que le signifique incomodidad o peligro.

Si realmente hubiese compromiso a aquello de que el que pone quita, López Obrador no descalificaría ni adjetivaría cualquier discordancia ni discordante, sin otorgar oportunidad al debate: “Tomo en cuenta tu parecer, pero discrepo”, dando paso a una deliberación respetuosa y constructiva. En lugar de ello descalifica, adjetiva y, a veces, denigra. Nada podría ser más elocuente de su desprecio a otras voces que la soledad de su monólogo. Las llama a manifestarse en una revocación de mandato, pero las niega en los hechos todos los días.

Para él solo hay una voz posible y ha hecho a sus senadores expresarlo lastimosamente: él “encarna a la nación, a la patria y al pueblo. Él es todo en el escenario público: poderes, partidos, oposición, críticos, gabinete; y esa, su aparente fortaleza, se está convirtiendo en su mayor debilidad”.

Michels lo decía, los dirigentes saben que sus bases requieren verse reflejadas en alguien y en algo; de ilusión, de supuesta tranquilidad, de acompañamiento y de guía; pero de ello a que se movilicen, incluso ante situaciones que les pueden ser altamente dañinas, resulta de alta dificultad. Ahora, si se les pide se movilicen sin una causa social dolida y presente, se entiende por qué tantas voces opinan en no (que no hay que) participar. No porque duden del voto, de la democracia o, incluso, de la autoridad electoral. Dudan del llamado mismo.


Publicado en LFMOpinión.

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