Espiral


Nunca te vayas

El impulso de placer dando espacio al de muerte.

#TheBunkerNoticias | Nunca te vayas
Por: Francisco Cirigo
  • 20/02/2022

“Debe estar muy preocupada”, dice la otra Diana, rascándose el mentón.

“Supongo” le respondo y doy un trago al agua para bajarme el pescado.

Pensé que todo iba a ser más precario. Extrañamente, eso me deprime. No esperaba el buen trato. Fuera de los retenes, mi experiencia en Colombia no ha sido tan mala. Creí que al alejarme de México Diana me extrañaría y que al ver el riesgo implícito de la jornada, entrevistas a miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, se arrepentiría por dejarme. Falso. De lo único que se arrepiente es de conocerme.

Hice este viaje por trabajo, pero también para resanar mi orgullo. Fue inútil. Cuando tomó mi regalo ni siquiera lo vio. Hablamos de mis papás. "¿Cómo la lleva tu mamá?", preguntó sin mirarme. "Bien. Ya sabes. Es muy fuerte", le dije con los ojos fijos en su labios, buscando la más pequeña mueca o algún indicio de angustia. Sólo hallé incomodidad. Me costó mucho, pero al fin le dije adiós. "Cuídate", respondió con seriedad. Me animé a estrecharla.

No debí. La frialdad de su abrazo me caló hondo. Me quebré. Cerró la puerta y se alejó subiendo las escaleras. Me quedé quieto, escuchando, esperando. El rumor de sus pasos se volvió mudo y me enteré. Supe que Diana ya no me necesitaba.

“Cómo se cotizan estos comandantes”, me dice Ángela. Apenas la oigo. Me disculpo.

“No te fijes. Yo también ando nerviosa".

“No se te nota”, le digo.

“Mentiroso. Ando hecha un tembeleque”, me dice y coqueta me guiña.

Ángela es periodista y de las buenas. Tuvo un inicio profesional muy potente cubriendo las peripecias de su natal Colombia y es una experta conocedora de las FARC. Por supuesto, su coqueteo me halaga. Es muy joven. Le sonrío y me corresponde. He de llevarle al menos diez años. Tiene una belleza salvaje y una inteligencia espontánea y precisa. El coraje y la perdición de cualquier macho, digo hacia mis adentros.

“¿No tienes miedo de lo peor?

“Naturalmente. Pero me fío de esta loca", dice mientras zarandea tiernamente el pelo de Diana, una amiga suya de la universidad y curiosa tocaya de mi otrora esposa.

“¡Déjame!”, exclama su amiga entre risotadas.

El ambiente es tan jovial y alegre. Incluso Adrián y el motociclista se contagian del humor de las periodistas. Me sorprendo riéndome. Por un momento, el recuerdo de Diana se esfuma y sólo veo el rostro canela de Ángela y su figura bien torneada. Bajo el sol colombiano, aquella ninfa es como un oasis. Las gotas de sudor brillan con intensidad en su cuerpo apiñonado. Surge una satisfacción casi secreta. Un júbilo repentino por haber hecho este viaje.

Se acerca un joven guerrillero con radio en mano: "Acaban de avisarnos que el comandante no los va a recibir. Le salió un gallo y nos dijo que mejor los instaláramos", nos dice casi a gritos. Merma mi buen talante: "Llevamos ya un rato esperando. Creí que me tenían programado", digo sin fijarme en el tono agrio de mi reclamo. "Qué quiere parcero. Son órdenes directas", me contesta sin inmutarse por mi falta de asertividad. El coraje me dura poco. Veo a Ángela y me tranquilizo. Resignados, nos conducen hasta un ranchito en el monte. Nos llevan a un terreno con varios cuartos separados. Dormiremos en uno con paredes descarapeladas y dos camas con los resortes salidos. Pleno territorio de las FARC.

Ángela y la otra Diana se acomodan en una de las camas. A mí me toca dormir solo. Al crepúsculo, una señora como de cuarenta años nos lleva la merienda. Café con algo que parecen galletas mal cocidas. Nos dicen que salgamos al baño antes de dormir. Cualquier silueta en la noche queda prohibida.

Diana se tumba en la cama. No tarda en dormirse. Reviso mi morral y veo que una anforita con tequila sobrevivió a los retenes. La comparto con Ángela. Platicamos un poco de todo: de México y Colombia. Ella me habla de su universidad y del trabajo. Yo le comparto algunos de mis autores favoritos y evito hablar de mi Diana. Después, quién sabe cómo, entonamos los éxitos musicales made in Miami. El alcohol y la selva nos invaden completos. "¿Sabes algo? Le gustas a Diana, pero a mí me gustas más", me dice sin importar que su amiga la oiga. Su descaro me divierte. La beso. Nos besamos. En medio del frenesí, un dejo de amargura me invade. Ángela cree que titubeo y me lo reprocha. El fuego del licor la envalentona:

“¿Qué te pasa? ¿Te da miedo encoñarte?”, me dice con soberbia y cachondería.

Le responde mi lujuria. Mis manos en su talle. Mi aliento en su nuca. Hago un nudo con sus rulos castaños y la jalo hacia mí. No hay contemplaciones para las dianas. Sabernos observados nos eleva hasta el paroxismo. Ignoramos los resortes y las chinches de aquel hediondo lugar. Mientras la follo no puedo evitar contrastar aquellos rizos diabólicos con la tersura negra del pelo de Diana. Las sacudidas violentas con aquel amor lento y reposado. La concupiscencia con la ternura de esos ojos que ya no me reconocen. La cumbre del orgasmo y el dolor. Desfallecidos, vuelve a nosotros la realidad: gente que no se conoce, que se utiliza y desecha. El impulso de placer dando espacio al de muerte.

Desprovistas de su inicial inteligencia, las palabras de Ángela se tornan baladíes. Otra vez el contraste y el recuerdo. El recuerdo de las palabras por las que decidí amar a Diana. De aquellas miradas silenciosas y expectantes. De una noche que nunca olvidaré, en un arranque de piedad hacia nuestros corazones, cuando me dijo: "Nunca te vayas".


Publicado en LFMOpinión.

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