Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
El presidente, mago en cambiar conversaciones, lleva tres semanas clamando a los cielos donde más le duele.
lfmopinion.com
Dice el refrán mexicano, “a donde lloran está el muerto”. Viene y se aplica de y en aquellas personas que se siempre quejan de no tener dinero cuando les sobra.
Pero el paradigma da para mucho más, allí donde te lamentas es donde te duele.
Y ése ha sido el error político de López Obrador en las últimas tres semanas de cara a todos sus adversarios verdaderos, no los inventados: llorar —hasta las lágrimas verdaderas— por sus hijos.
En sus monólogos mañaneros terminó él mismo explicitando el tema: Al hablar de Reforma dijo que era “mafia — mafia” por que no respetaba a la “familia”. Y argumentaba “Nunca he hablado de la Familia Junco, he hablado de los dueños, de Alejandro Junco, pero no de la familia (…) Pero ellos se meten con todo, no hay limitaciones porque es mafia—mafia, porque las mafias tienen ciertas reglas o al menos antes se respetaba a la familia y se iba sobre lo que estaba metido en la mafia, no con los hijos, no con la familia y y máxime si no hay elementos”.
Ayer, tras la respuesta de Reforma fue más explícito, aún: “ES UN ASUNTO POLÍTICO PELIGROSO, ¿qué es lo que quisieran?, que la gente llegara a la conclusión de que los hijos de Andrés Manuel son como los de otros presidentes”
En su defensa López mostró ante todos aquellos a los que ha ofendido de palabra, obra y omisión —que son legiones—, su verdadera debilidad.
Marginalmente queda haber ejemplificado el tema como una guerra entre mafias cuando su inconsciente lo traiciona y desvela cómo entiende a la verdadera Cuarta Transformación. Tema con un cosmos de fondo al que será necesario volver en otra oportunidad.
Hoy, sin embargo, se impone —mejor dicho López Obrador— impone el tema de su familia.
Experto en cambiar la conversación, genio en imponer agendas baladíes por sobre la realidad, maestro en tergiversar hechos y dichos, excelso en victimizarse, hoy pierde todas sus artes, artimañas, elixires y magias, frente a la rebeldía de su primogénito contra la austeridad franciscana que termina por mostrarse urbi et orbe que, como el padre, que también él vive de la nada.
López Obrador siempre ha sabido cambiar la conversación, pero ésta es una conversación que le duele tanto que se ha convertido en su obsesión.
El Golpe sobre José Ramón, el mayor de sus hijos, alienó —sacó fuera de sí— a López Obrador, pero su desaforada ira terminó por colocar en el centro del periodismo de investigación y la investigación política y financiera de sus verdaderos enemigos a Andrés —Andy— el verdadero Anchor Man del lopezobradorismo.
Y esto, señores, ¡apenas empieza!
Pero sus enemigos ya saben dónde le duele.
Publicado en LFMOpinión.
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