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En riesgo de perder una generación

La escuela a distancia por el COVID-19 no sólo significa dejar de aprender, sino desaprender para una generación que corre el riesgo de ser la generación perdida por la pandemia.

#TheBunkerNoticias | En riesgo de perder una generación
Por: Redacción
  • 05/02/2022

Nuestra pérdida más significativa, una generación.

México fue algún día ejemplo de educación a distancia. No más.

Este año se espera un gasto mundial de 5 billones de dólares en educación preescolar, primaria y secundara.

No obstante ello, la actual generación podría perder el doble o triple de esa cantidad en términos de ingresos, salvo que todos los niños y jóvenes regresen a la escuela, permanezcan en clases y recuperen los elementos pedagógicos principales.

Por supuesto, el primer impacto fueron los millones de vidas perdidas por el coronavirus. Seguido del sufrimiento humano causado por la inestabilidad laboral y la pobreza, y, finalmente, en cómo se está afectando a los niños y jóvenes que deberían estar en la escuela, pero que se quedan casa.

Dos años ha que empezó el COVID-19. Casi todos los países decidieron que los estudiantes no asistieran a las escuelas y universidades. Dijeron los expertos en salud pública que mantener las instituciones educativas abiertas redundaría en una mayor propagación del virus. Para “aplanar la curva” y prevenir la congestión de los hospitales, los niños tendrían que quedarse en casa.

Países europeos y de Asia oriental reabrieron las escuelas de forma relativamente rápida, conscientes de los costos evidentes para los niños y de las escasas pruebas de los beneficios de un cierre total de los centros educativos. Pero en muchos países de Asia meridional, América Latina, Oriente Medio e, incluso, en Asia oriental, los cierres de las escuelas se prolongaron por períodos excepcionalmente largos. México, India y Perú, son ejemplos típicos de esta tragedia.

Para finales del 2021, los días acumulados sin clases presenciales superaban los 200, equivalentes a un año y medio escolar.

Esta larga interrupción del aprendizaje podrá tener consecuencias duraderas, sobre todo en países pobres y de ingreso mediano.

El mayor impacto será en niños y jóvenes que en 2020 y 2021 tenían entre 4 años y 25 años, marcados de por vida por una enorme desigualdad intergeneracional.

No asistir a la escuela por un período tan extenso implica para los niños no solo dejar de aprender, sino olvidar mucho de lo que habían aprendido.

El Banco Mundial consideró a final de 2020 que una ausencia escolar de siete meses incrementaría la “pobreza de aprendizajes” de 53% a 63 por ciento. La verdad es que otros 7 millones de alumnos abandonarían la escuela con mayores efectos sobre las niñas y las minorías marginadas. Los cálculos actuales de las pérdidas llevan los niveles de “pobreza de aprendizajes” por arriba del 70 por ciento.

Los niños de las familias más pobres soportan las mayores pérdidas en todos los países, sin distinción de ingresos, toda vez que sus oportunidades para mantener cualquier participación en actividades de aprendizaje a distancia son limitadas.

Empezando por un acceso a internet deficiente: solo la mitad de todos los estudiantes en los países de ingreso mediano y una décima parte en los países más pobres tiene acceso a la web. El uso de la TV, la radio y los materiales para facilitar el aprendizaje han ayudado, pero no pueden reemplazar la educación presencial.

‘Aprender’ no puede significar simplemente mirar televisión o escuchar la radio durante unas pocas horas al día.

El resultado es un aumento de la ya enorme desigualdad de oportunidades.

En el mundo en desarrollo, la COVID-19 podría conducir a un menor crecimiento, mayor pobreza y más desigualdad para una generación completa, una terrible triple amenaza para la prosperidad mundial en las próximas décadas.

El futuro de mil millones de niños de todo el mundo está en riesgo. A menos que se les permita regresar a la escuela y se encuentren maneras de remediar los efectos de la interrupción de las clases, la COVID-19 dará lugar a un enorme retroceso para esta generación


A finales del año pasado se obtuvieron datos duros sobre las pérdidas de aprendizaje en países de ingreso mediano como Brasil e India. En São Paulo los educadores decidieron evaluar el estado del aprendizaje continuamente, al contrario de numerosos países que han pospuesto todo tipo de evaluación del aprendizaje, quizás para evitar recibir malas noticias. Ellos encontraron que, después de un año de no tener clases presenciales, los estudiantes han aprendido un 27% menos de lo que hubiesen aprendido en tiempos normales. En la India, Pratham, una reconocida ONG del ámbito de la educación, descubrió que los niveles mínimos de competencia se han reducido a la mitad en el estado de Karnataka.

Nota de alivio fue que a fines de 2021 las escuelas habían reabierto en numerosos países. No obstante, 1 de cada 4 sistemas educativos aproximadamente estaba todavía cerrados y muchos habían reabierto de manera parcial. Alrededor de mil 500 millones niños habían regresado a clases, aunque todavía quedan 300 millones de niños que deben retornar a la escuela de forma segura. Pero ello fue previo al ómicron. Los números han cambiado a partir de este inicio de año.

Se cree que una combinación de reapertura de escuelas, aprendizaje remoto y programas de recuperación podrían limitar el daño causado por las interrupciones y ser un modelo de respuesta para crisis futuras y, tal vez, aumentar la calidad de la educación pública en comparación con hace dos años.

Si inquieta la imagen de millones de niños sentados mirando fijamente un televisor, piense en esto: más de la mitad de los hogares en 30 países africanos ni siquiera tienen electricidad. Demasiados niños en el mundo no cuentan con condiciones hogareñas para poder aprender; Muchos carecen de acceso a internet, un aparato electrónico de buena calidad o dinero para pagar planes de datos móviles o libros; así como de un espacio exclusivo para estudiar en casa.

Lo más importante es que la educación es un esfuerzo inherentemente social: se requiere interacción constante.

Ello implica escuelas en espacios físicos, que deben estar abiertas y ser seguras para los estudiantes y los maestros. ¡Se necesitan inversiones!

Con frecuencia hay dinero para ello y no hay escasez de directrices de organismos internacionales sobre cómo reabrir las escuelas de forma segura. Lo que generalmente falta en numerosos países es un sentido nacional de ¡urgencia!

El Banco Mundial y a OCDE completaron una evaluación sobre aprendizaje remoto durante estos dos años de pandemia, con resultados no siempre son alentadores. Aún así, la pandemia mostró que las innovaciones en el aprendizaje híbrido —que combinan el uso inteligente de tecnologías digitales en forma presencial y remota— han llegado para quedarse.

Pero es necesario armonizar de manera inteligente las inversiones en tecnología con las inversiones en habilidades de aprendizaje. La pandemia ha acelerado un cambio de mentalidad acerca del uso de la tecnología y tenemos una muy pequeña oportunidad para lograr que los docentes y los administradores vean la tecnología como parte del proceso de aprendizaje. Además, ésta no será la última pandemia o desastre natural que podría obligarnos a cerrar nuevamente las escuelas. Facilitar la continuidad del proceso pedagógico en el hogar y utilizar mejores tecnologías de aprendizaje en las aulas puede aumentar la eficacia del sistema educativo tanto cuando las escuelas están abiertas como cuando tengan que cerrarse.

Cuando en otoño pasado los estudiantes en Estados Unidos regresaron a clases, lo hicieron con un tercio menos de aprendizaje en lectura que normalmente deberían tener. En muchos países con cierres de escuelas prolongados, los estudiantes asisten a un curso sin comprender siquiera una parte pequeña de lo que se les enseñó en el curso anterior.

Si los niños no se ponen al día, en particular los de los primeros grados, donde las pérdidas son aún mayores, en poco tiempo habrán de abandonar la escuela.

En el mundo entero las escuelas deben adaptarse a las necesidades de los estudiantes: tanto en habilidades fundamentales de alfabetización y aritmética, cuanto a las de salud mental y bienestar (de los niños y jóvenes). Ahora bien, es alentador que estudiantes que aprendieron menos el año pasado tienden a repuntar más rápido que otros, si se les proporciona acceso a clases de recuperación. Pero esto no se puede hacer sin un apoyo adicional para los maestros y los directores.

En ayuda a estos esfuerzos, el Grupo Banco Mundial participa en casi 100 proyectos de educación relacionados con la COVID-19 que se ejecutan ya en más de 60 países. El monto total de estos proyectos llega a los 11 mil millones de dólares.

Cifra sin precedentes en el Banco Mundial, pero que representan una fracción de los 72 mil millones que el gobierno de Estados Unidos ha puesto a disposición de las escuelas públicas para reabrir de manera segura. Se está proporcionando apoyo a países tan diversos como Chile, Jordania y Pakistán. Pero son necesarios más esfuerzos para financiar el regreso a la enseñanza presencial y ayudar a las escuelas públicas a adoptar técnicas pedagógicas que combinen el aprendizaje en línea y en el aula y enseñen a los estudiantes al nivel que necesitan hoy, después de los meses y años que se les ha negado una educación, centrándose en las habilidades básicas y en su bienestar emocional.

El futuro de mil millones de niños de todo el mundo está en riesgo. Menester es regresar a la escuela y remediar los efectos de la interrupción de clases presenciales, a riesgo de enormes retrocesos para esta generación.

Cuando las consecuencias del coronavirus se calculen finalmente, quedará en evidencia que el mayor daño provocado por la pandemia es la pérdida de aprendizaje sufrida por los escolares.

Al cabo de una década podremos mirar atrás y descubrir que la mayor pérdida permanente de esta pandemia se pudo prevenir. Actuemos ahora y evitemos arrepentimientos.

De Indermit Gill y Jaime Saavedra en Banco Mundial Blogs.


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