Panóptico


Historia o profecía

La política es acción y discurso que, una vez concluidos, narran la historia. Literalmente hablando, el gobernante no hace historia; la hacen otros sobre él. Cuando el gobernante quiere pre-escribir su historia, hace profecía, no gobierno.

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Por: Luis Farias Mackey
  • 17/12/2021

A Luis Rodrigo

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¿Cuándo empieza la historia?

Para efectos de este discurrir, entiendo historia como la “narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados” (RAE).

Unos son los hechos, otra su narración.

Herodoto escribe para “evitar que con el tiempo caiga en el olvido lo ocurrido entre los hombres y así las hazañas, grandes y admirables, realizadas en parte por los griegos y en parte por los bárbaros, se queden sin su fama”.

Partamos de Arendt: la acción no es hasta que acaba; en tanto deviene es gerundio. Es un “haciéndose”, no un hecho.

Si nos vamos a Nietzsche, somos en el devenir, pero lo único pétreo es lo que “fue”: “la más solitarias de las tribulaciones de la voluntad”, porque contra lo pasado no hay voluntad que valga. En tanto que en el instante —hoy y aquí—, tenemos la eternidad toda para “imprimir el carácter del ser en el devenir” en la historia.

La historia tampoco es en sí algo hecho. También deviene. Así, un descubrimiento hoy de hace 4 mil años puede cambiar los hitos de la historia hasta hoy conocidos.

Paradójico, la acción una vez concluida es historiable, en tanto que ya puede valorarse en su conjunto; pero es, al mismo tiempo, ahistórica, es decir, ya no forma parte del correr actuante del hoy y aquí. Cambian, sí la perspectiva que tenemos de los hechos, las circunstancias en que los observemos, los valores que en su momento aplicamos y los datos que en el camino pudieron esconderse o extraviarse y que el pasado tarde o temprano saca a flote; pero el ayer, dijo Antonio Caso, es una verdad metafísica, “es”.

Bien, la historia empieza, pues, ex post, no ex ante.

Los hechos devienen, y la historia —en tanto hecho humano¬— también: hoy se reescribe la historia sandinista, tras que Ortega resultase peor que Somoza, cuestionando hoy la bondad y veracidad de sus postulados ayer historiados. Pero esa historia que hoy revisamos, empezó a escribirse ¡sólo! una vez que el sandinismo había triunfado. Y la de Ortega, en su conjunto, cuando desaparezca (para bien de Nicaragua, la democracia y la política).

Todo esto viene a cuento porque “literalmente” hablando “no se hace historia” en los hechos. Se hacen acciones, se concretan actos, se crean obras, instituciones, leyes, ideas, convivencia, armonía; o bien: guerra, desavenencia, pobreza, oscuridad. Pero la historia no es algo que se grave de antemano en los hechos. Es resultado, memoria y juicio de ellos.

En política se hace unidad de acción efectiva, decía Heller; de sus propósitos se hace teoría e ideología, y de sus consecuencias historia.

En otras palabras, nadie pre-escribe su propia historia; forja acciones y cambios de los que luego se habrá de historiar.

Del acontecer puede haber crónicas, reportajes y todo tipo de testimonios que a la larga alimentarán la historia, pero ésta se hace —materialmente hablando— cuando la acción termina.

El devenir es eterno, pero la vida que conocemos, y que es en el devenir, es finita. Es esa finitud la que se historía: un sexenio, una vida, una guerra, una idea.

Es común escuchar que hay que esperar que los hechos se enfríen para poder historiarlos y, ¡lo más importante!, la historia nunca es unilateral ni unívoca: Herodoto narra las hazañas de los griegos y los bárbaros; Homero las de los troyanos y aqueos. La historia no es en el vacío: es entre y con otros, es en la plurivocacidad.

La historia es, además, en su circunstancia, no en un mundo idílico y voluntarioso. “La realidad, dijo Don Jesús Reyes Heroles, es muy necia” y también juega en la historia.

En otras palabras, no hay un dictado único ni previo de la historia.

El Arcanna Imperi es la tentación de todo gobierno de hacer las cosas en lo oscurito, a escondidas, reservando del alcance del presente y de la historia las razones y los hechos; pero todo, tarde o temprano termina por salir a flote. Tal es el temor que la historia despierta en los espíritus de las sombras.

Es por ello que buscan pre-escribir y prescribir la historia, imponiéndole, incluso, mote y rostro, aún antes de iniciar.

En el fondo delatan miedo al juicio inapelable del futuro.

La verdadera historia no narra fábulas, mentiras ni leyendas dictadas por uno de sus personajes, por más importante y poderoso que éste sea —pregúntese, si no, a Hitler, Stalin o Akenatón—; la historia narra acciones concluidas de hombres en sociedad; medibles, comprobables y comprobadas. Además, lo hace objetivamente, cuando es ciencia y no —dirían ahora— politiquería.

Cuando López Obrador convocó a “Hacer juntos historia”, mintió y dijo medias verdades.

Mintió porque nunca tuvo en mente hacer historia, sino profecía: “don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras” (RAE). Lo suyo ni siquiera es crónica, es siempre vaticinio que de antemano decreta inamovible.

Dijo también media verdad, porque literalmente invitaba a pre-escribir el libro de “su” historia; no a forjar hechos narrables, sino a jugar al oráculo y la plebe.

Y mintió nuevamente, porque nunca fue su propósito hacer algo “juntos”. El juntos en él es la pasividad testimoniada de un “Zócalo democrático”, donde sólo uno habla. Lo mismo es su profecía: monóloga.

Los políticos de verdad saben que en política lo único que cuenta son los hechos.

López Obrador no hace historia, hace profecía.

Sus informes no son de gobierno, son de profecías: informa esperanzas, no hechos.

Pero nadie es profeta en su tierra.


Publicado en LFMOpinión.

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