Panóptico


Un Río llamado ciudadanía

Silenciosos avanzan al gran río ciudadano que no conoce represas ni admite dueños; arrasa toda soberbia y rompe cualquier cadena.

#TheBunkerNoticias | Un Río llamado ciudadanía
Por: Luis Farias Mackey
  • 28/11/2021

El rocío quebró en albor. Adormilado, al frescor de la mañana, inició su peregrinar. Un suave viento lo llevaba. En un principio su avance fue indeciso, tímido. Pronto adquirió cadencia, lo mecían cauces milenarios, lo arrullaba el susurro matinal. Su movimiento era dulce, dichoso; no iba, se entregaba.

Adentróse en la selva y vagó por días, sin prisa, sin temores, sin conciencia; no iba, lo llevaban.

Árboles de formas mil vigilaban y protegían su avance. Unos de liza corteza y claro color, otros de tronco agrietado y oscuro; los había rugosos y también de brillante tonalidad rojiza. La mayoría estriados en su base con largos y achaparrados contrafuertes para soportar enhiestas sus frondosas copas que en las alturas sostenían guerra por el sol. A su sombra, envueltas en la húmeda penumbra, una pléyade de plantas, flores, frutos, animales, colores, sombras y ruidos se daban concierto para sostener sobre su existencia eso que llamamos vida.

De cara al sol las copas arbóreas tejen en multicolores telarañas follajes y flores. Desde las alturas, semillas depositadas por la complicidad del viento y la gravedad en el guano que sobre los árboles esparcen pájaros y murciélagos germinan lanzando al vacío larguísimas raíces en busca de arraigo y nutrientes.

El entramado sempiverde todo lo llena y envuelve. Las eróticas formas de los troncos son abrazadas con voluptuosidad por lianas, raíces aéreas y enredaderas; lúdicos helechos y cactáceas adornan sus misteriosas oquedades; orquídeas y frutos de exuberantes colores y encantos colorean la mezcla de olores dulces y amargos, de creación en flor y putrefacción, de tierra mojada y mujer en celo, de bruma matinal penetrada por rayos arco iris que recortan la penumbra con ardor de sol.

En el firmamento tres papagayos de encendido plumaje rojo, amarillo y azul vuelan en busca de fruto tierno. Abajo, admirando su majestad y paz, nuestro viandante se abandona al compás sinuoso de su avance llevado por el trinar del colibrí y el llamado ronco de los tucanes. Palomas y golondrinas lo acompañan con arrullos y aleteos.

Hubiese deseado detenerse y gozar por siempre de todo ello: otear a vuelo de águila el horizonte, correr con jabalís, jugar con los tigrillos, brincar junto con los changos, croar al ritmo de las ranas, cantar con la guacamaya, asolear su soberbia con la tranquilidad de la iguana, volar ligero, juguetón y errante con la mariposa. Daría todo por detenerse en este rincón del paraíso, convertirse en selva y aspirar, ayudado por el sol, a ascender al azul celeste. Se percató entonces que su avance no respondía a su voluntad: gozaba del paseo, el ser llevado le acomodaba, pero no era dueño del movimiento y su destino.

Poco le importó porque a su paso todos le profesaban amor y respeto. Su simple presencia a todos alegraba y así se lo demostraba la reverencia de las garzas, el grito de las chachalacas, la serenidad de las lechuzas, la gracia del ciervo, la maroma de la changa, la porra de sus críos, el coqueto caer de la flor a su paso, el contoneo de los peces, la mirada penetrante de la víbora, los ojos acuosos del jaguar. La sinfonía del viento en los árboles era un homenaje a su presencia, a la esperanza que representaba, a la alegría que siempre lo acompañaba.

Imperceptiblemente, siguiendo algún secreto impulso, aceleró su descansada cadencia. Un ritmo fogoso y alegre despertó en él, le infundió arrestos, despertó su virilidad. A lo lejos un sonido diferente hasta los ahora conocidos lo llamaba y embrujaba. Misterioso y lejano, el sonido rompía la hasta entonces suavidad de su entorno, su tonalidad era brusca y tenebrosa, premonitoria.

Su trote se convirtió en galope; primero moderado, luego impetuoso, finalmente caótico. Velocidad y ruido se incrementaron geométricamente. Se vio sacudido con violencia, desgarrado sin misericordia, arrastrado en confusión. Lo antes cristalino se torno en turbiedad y el misterioso llamado en bestial rugido. La sinfonía del viento se ahogó en desconcierto. ¿Qué lo ensordecía? ¿Hacía dónde era impelido en creciente ímpetu? ¿Qué era aquello que lo atraía y repelía con ansia nunca experimentada? De sus entrañas se elevaban clamores extraños y descomunales que lo lanzaban hacía adelante con sorprendente decisión, pero voces apacibles y cálidas cual vientre materno lo llamaban a lo seguro, al lar aldeano, a lo conocido y familiar.

Antes de poder decidir cualquier cosa, el rugido se le vino encima con atronadora presencia. El manto benefactor de la selva se abrió de par en par, una intensa luz no filtrada por ramaje alguno lo cegó y un cielo azul refulgente le hizo saber que su infancia concluía.

El miedo se apoderó de él. Inútilmente intentó detenerse. Corría desbocado a su destino. Lo que antes era embeleso fue desazón; su alegría angustia, el mundo hasta ahora amigo violencia, el paseo destino.

Frente a él se abrió un vacío insondable. La tierra que le daba sustento y lo soportaba despareció. Todo fue abismo.

Cual estrella fugaz cayó violentamente, chocó contra lajas y arbustos, estrellándose en unas y pretendiendo asirse a otros. Todo fue inútil. Tras de él una pléyade de iguales, recién despertados del sopor del viaje, caían sobre él, contra él. Lo lanzaban contra superficies resbalosas e hirientes, lo presionaban contra las piedras, lo empujaban al vacío, lo jalaban en su caída.

Y al caer se fundió en el aterrador rugido, como si todos los que caían gritaran aterrorizados por su vida. Caía en azaroso, violento y atronador rugido.

Al fondo la cascada explotaba contra el agua en una nube de rocíos despertados en caudaloso río que corría indomable a su destino.

Sí, todo impetuoso río es la resultante de modestos riachuelos. Hijos del rocío que inician su paso en pequeños y silenciosos hilos de araña que brillan al sol.

Atisbos propios de la vida; que nada nace adulto, y todo demanda génesis y germinación.

“Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Los pensamientos que vienen con paso de paloma son los que conducen al mundo”, escribió Nietzsche.

Y hoy, silenciosos avanzan por el ensangrentado y polarizado terruño patrio riachuelos ciudadanos en busca de cauce y caudal.

Silenciosos y modestos; que “sólo los tontos entran a zancadas donde los Arcángeles no se atreven”.

Pero las palpitaciones se sienten en la sociedad, como la madre siente las del crío en su vientre. Una ciudadanía en busca del espacio público, hoy secuestrado.

Son movimientos inorgánicos —pálpitos— que no se hallan en los espejos partidistas opacados por tantos intereses y sobadas.

Silenciosos avanzan al gran río ciudadano que no conoce represas ni admite dueños; arrasa toda soberbia y rompe cualquier cadena.

El Río, por cierto, se llama libertad.

Publicado en LFMOpinión.

#TheBúnkerMX
#LFMOpinion
#Rio
#Ciudadano
#Libertad
#TheBunker


Notas Relacionadas