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Los motivos para desobedecer a la autoridad

El infante obedece instintivamente; el adulto reflexivamente, de ahí la importancia de la disonancia cognoscitiva, esa alarma interior que nos dice cuando una orden tiene fuerza pero no legitimidad.

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Por: Guillermo Dellamary
  • 08/11/2021

Cuando las injusticias abruman a la conciencia colectiva, no hay porqué agachar la cabeza a la insensible autoridad.

Henry David Thoreau (filósofo norteamericano 1817-1862), autor de un interesante libro sobre la desobediencia civil, plasma la idea de que la sociedad no debe de aceptar leyes o políticas gubernamentales consideradas como inmorales o injustas, según el criterio del sentido común.

De hecho Thoreau, en 1846, se negó a pagar impuestos en oposición a la esclavitud y a la guerra contra México. Por supuesto que fue condenado y llevado a prisión por algunos días. A partir de entonces, en 1849 publicó unos escritos sobre sus acciones contra la guerra con el título de Resistencia al Gobierno Civil.

Fue Gandhi, hasta 1913, quien esparció la idea de una resistencia pacífica como desobediencia civil ante el colonialismo inglés en la India. Lo mismo hizo después Martin Luther King al encabezar la lucha por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos.

Las ideas de Thoreau han inspirado muchos movimientos de resistencia y desacato a las leyes, a los fraudes electorales y a los abusos del poder por parte de dictadores, tiranos y regímenes totalitarios.

Para algunos autores, como Habermas (2002), Rawls (1997) o Bedau (1961), la desobediencia civil se puede definir como una serie de acciones de protesta colectiva, fundamentada en los principios morales y ejerciendo la ilegalidad de manera consciente, pacífica, no violenta —aunque sabiendo que se violan ciertas normas jurídicas—, pero que tiene como fin llamar la atención, buscar un cambio, despertar la consciencia colectiva, modificar las leyes y el ejercicio del poder y las directrices del gobierno.

Es muy conocido el caso del boxeador Mohamed Ali al oponerse a ir a la guerra de Vietnam. Un claro ejemplo de desacato civil, franco, abierto, retador, asumiendo las consecuencias y teniendo responsabilidad y consciencia, pero ejerciendo su derecho a protestar de esa manera.

Digamos que dentro del modelo de la democracia participativa se considera como una manera de expresar el sentir y la opinión de una persona o de un grupo. No como un desafío a la misma democracia, sino como un sincero recurso para oponerse a las imposiciones injustas. Es parte del proceso de la construcción de una auténtica democracia. Es un ejercicio de la soberanía del pueblo, es el derecho a protestar por lo que no se está de acuerdo, aunque la mayoría y sus representantes ya lo hayan decidido y lo quieran imponer. Como diría R. Dworkin (1931-2013), es un derecho indeclinable en la defensa de los derechos morales de la población. Es pues, un recurso más de la misma democracia, no su enemigo.

Se entiende que la obediencia es realizar un acto porque alguien más lo solicita, ya sea como autoridad o como una imposición; pero no como una decisión voluntaria. En muchos casos la obediencia es un acto de responsabilidad en la educación, como es la relación con los padres y maestros, por ejemplo.

También resulta positiva cuando se cumplen las leyes que nos protegen de la violencia, los robos o los asaltos. Pero no cuando los caprichos de los demás nos denigran y faltan al respeto y a nuestra dignidad, como son las indicaciones injustas que atropellan nuestros valores y principios morales.

Algunos psicólogos infantiles han afirmado que los niños tienen un cierto instinto para obedecer a las personas que tienen el poder y que por lo tanto es una sumisión instintiva, de inicio, con los mayores. Y que continúa hasta la preadolescencia, que es cuando se inicia el desarrollo de la capacidad de pensar críticamente y de cuestionar las instrucciones y mandatos de los demás, y, entonces, se puede decidir obedecer o no, lo que las autoridades o personas de poder indican.

Es cuando se aprende a distinguir lo que está bien o mal, para sí mismo o para los demás y, en consecuencia, se toman decisiones que van acorde a la propia personalidad, a la forma de pensar y a la cultura.

Se podría decir que si no se desarrolla esa identidad, la obediencia tiene mucho de instintivo, porque gracias a una obediencia, casi ciega, los hombres primitivos han logrado sobrevivir siguiendo las instrucciones de los más sabios y poderosos del grupo.

Parece entonces que la obediencia está ligada al instinto de sobrevivencia y que desde pequeños vamos distinguiendo quién tiene la jerarquía y a quién si hacerle caso y a quién no. Dejar de hacerle caso a una oportuna advertencia o instrucción, puede ser fatal. Al igual que obedecer indicaciones y consejos, nos pueden conducir a una vida placentera y exitosa.

De esta manera, podemos comprender que en el proceso que ha tenido la humanidad se han establecido ciertas jerarquías, de mando y poder, que nos pueden dar una luz para explicar el porqué los seres humanos somos o no obedientes y a quién sí y a quién no.

Lo que aún no queda muy claro es el porqué hay quien obedece las instrucciones y exigencias que son claramente inmorales y hasta crueles y las ejecutan sin piedad y consideración alguna, incluyendo las que ponen en riesgo su propia vida.

Como es el caso de verdugos, carceleros, torturadores, asesinos a sueldo, comandos de asalto, suicidas y exterminadores hasta de la población civil, con seres totalmente inocentes.

La respuesta más evidente es que son personas que por miedo y complicidad son capaces de obedecer cualquier cosa que se les diga. Simplemente porque no piensan ni tienen un juicio crítico y reflexivo, sólo obedecen y cumplen.

Crecer en la sumisión incuestionable a la autoridad de los padres y adultos, o te hace muy rebelde o muy sumiso y obediente. Este es el caso de los que pierden su capacidad de cuestionar lo justo o no de un mandato y hacerlo sin reflexión alguna.

Pará entender los motivos de la desobediencia, también hay que entender los de la obediencia de los que llegan a cumplir atrocidades sangrientas y terribles, sin ni siquiera dudarlo. La historia está llena de hombres que por patriotismo, lealtad, fe y el cumplimiento del deber han cometido todo tipo de crímenes de lesa humanidad. Y, lo peor aún, es que se justifican y respaldan en la autoridad que otorga un gobierno, un régimen, un sistema ideológico o de creencias. Que ni siquiera se llegan a ver como crímenes, sino como el cumplimiento del deber.

En una magnífica publicación del filósofo Michael Huemer (1969) sobre el problema de la Autoridad Política, se nos ayuda a reflexionar lo poco sustentable que es la autoridad de un gobierno, a pesar de los intentos por defender la democracia participativa. Se trata más bien de un apropiarse del poder y mantenerlo a veces al costo que sea, con tal de hacer lo que le venga en gana a una minoría.

Huemer nos advierte que una persona puede compensar mentalmente sus ideas cuando siente una disonancia cognitiva, es decir, al vivir una contradicción interna, como es el caso de un leal patriota pero que le infringe dolor y daño a sus enemigos, lo que puede ir en contra de su moral. Se logra disminuir el conflicto al modificar la autoimágen (y el autoconcepto), adoptando creencias alternativas que le permitan obedecer las instrucciones a costa de sus convicciones morales. Lo que puede permitir que una persona sensible y con compasión se justifique al ser cruel con alguien.

Tenemos entonces varios motivos del porqué se obedece: 1.- Por una necesidad de sobrevivencía; 2.- Por complacer a una autoridad y así eliminar el miedo a las consecuencias; y 3.- Por eliminar un conflicto moral interno (Disonancia cognitiva).

En consecuencia, lo opuesto es también el motivo para desobedecer, es decir, por un cuidado de la vida al preservar la propia existencia y los bienes de cualquier atentado proveniente de un enemigo, un gobierno o ley.

El no estar dispuesto a complacer a una autoridad que no tiene porque imponer algo que no parece justo o correcto realizar. Y, finalmente, no obedecer cualquier cosa que no tenga sentido, que sea incongruente y que ocasione conflicto; y que al desobedecer se resuelva, aunque se asuman las consecuencias de haberlo hecho.

Los gobiernos represivos y autoritarios generan muchas situaciones que ocasionan conflictos, disonancia y afectan el bienestar de la población. Aunque quieran sustentar que sí benefician y aportan una supuesta mejoría. Sin embargo, crean conflictos morales en las creencias personales entre lo que es correcto y no, como el caso de pagar bizarros impuestos, promover el uso de drogas en la población juvenil, inventar caprichosas guerras o vigilar y controlar a la población para manipularla.

En el caso de pagar impuestos injustos y que además se sabe que ese dinero es para actividades en las que uno no está de acuerdo, o bien las considera como inmorales, crea una clara disonancia y las ganas de no obedecerlas.

En la mayoría de los conflictos entre obedecer o no, está lo que señala el mismo Huemer al identificar que las creencias se pueden considerar como verdaderas y correctas, para unos y lo opuesto para otros. Por lo que cada quien va a justificar su decisión y ejercerla acorde a sus propias convicciones.

Por lo que los gobiernos totalitarios y los dictadores dedican un gran esfuerzo mediático para adoctrinar y lavar el cerebro, con tal de legitimar las propuestas y someter a la población a sus caprichos. Lo que finalmente conlleva a que muchas personas ya no cuestionen, ni tengan un pensamiento crítico y sólo sigan los mandatos del gobierno, sin ya importar lo injusto o inmoral de ellos.

Un objetivo implícito de toda tiranía, es lograr esparcir la sumisión y la obediencia en la población, para que no exista rechazo o rebeldía . Entonces la propaganda y el adoctrinamiento son herramientas indispensables y cruciales, al igual que la persecución y la eliminación de todos aquellos que muestren resistencia y desobediencia. Creando un ambiente de miedo, terror y censura para todo aquello que no beneficia a la obediencia.

El control y la estrecha vigilancia pretenden disminuir los intentos de sublevación y levantamiento, por medio de crear una división y polémico enfrentamiento entre los sometidos y los rebeldes, para que los primeros sean parte del sistema opresor y persecutor y así disminuir la carga de trabajo a las policías y ejércitos al servicio del poder.

Estar en favor del grupo en el poder totalitario o de un dictador, es estar con los buenos, portarse bien, ser leales y amorosos con la patria; en cambio los desobedientes son traidores y amenazantes para el bienestar de todos. Se convierten en un peligro que hay que eliminar.

Por ello Don Mixon, en su libro sobre la Obediencia y la Civilización (1987), nos indica que cuando una sociedad acepta la vigilancia colectiva se hace cómplice de ella y acaba por promover la sumisión creciente a una tiranía.

Los regímenes totalitarios del siglo pasado lo supieron aplicar muy bien al practicar una estrecha vigilancia. Y hoy en día, con la tecnología refinada, se ha convertido en un aliado perfecto pero para hacerlo más fácil y preciso. Ahora ya no se necesitan de cárceles y prisiones o inteligencia policiaca, basta con crear prisiones mentales, al tener acceso a toda la información relevante de una persona, para saber todos sus datos y lo que hace diariamente.

Lamentablemente la tendencia mundial es que la población sea cada vez más obediente y sumisa, lo que para una minoría con el poder es lo mejor que puede suceder.

De aquí que la aspiración de los tiranos, dictadores y gobiernos totalitarios es lograr la obediencia civil, infundir miedo y acabar con el pensamiento crítico al apagar todo cuestionamiento opositor.


Publicado en LFMOpinión.

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