Panóptico


A la mitad de la nada

López ha dejado de vivir el presente y construir desde el futuro; se resguarda en lo que pudo ser, en la descripción de su fantasía y de un pasado martirizado por sus pesadillas.

#TheBunkerNoticias | A la mitad de la nada
Por: Luis Farias Mackey
  • 03/09/2021

La frase la escuché de Bartlett, entonces, gobernador priísta en Puebla y en discusión con su, por igual entonces, adversario, Lorenzo Meyer, personaje, hoy, en el triste papel de “papá orgánico” del cachorro encargado de construir y remodelar estadios de béisbol.

La frase era: “Those that can; do, those that can not, teaches” (el que puede hace, el que no, enseña).

El asunto, de suyo presuntuoso, se inscribe en la distancia que media entre el político pragmático y el analista político. Ambos bandos exudan ejemplos de virtudes y vicios: hay pragmátismos políticos más cercanos a las hienas que al género humano y académicos mas casquivanos que la Pompadour. Ambos personajes citados acreditan el aserto.

Pero la cita de Bartlett describe el desastrado presente nacional donde desde la presidencia, en pseudo informe y mañaneras, se promueve la venta de un libro de autoría presidencial.

Siempre he sido de la idea de que nuestros políticos tienen que escribir, no sólo para saber qué piensan, entienden y proponen, sino, y principalmente, para explicarnos, a toro pasado, los porqués y cómos de sus decisiones.

Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, nuestros políticos, cuando escriben expost, dibujan una historía más heróica, mercadológica y propagandística, que acontecida; historia para lavar pecados y restañar maquillajes y copetes. Pocos son los que desnudan los hechos y circunstancias en un afán de explicar, y no para justificar.

Pero, que un presidente escriba un libro ¡más! en pleno ejercicio de su mandato, es como si un boxeador narrase su pelea en medio del ring y moquetiza, o el bombero que entre el fragor de las llamas sube selfies a seguidores.

El tema no es menor y lo hemos abordado innúmeras veces: la acción solo puede conocerse cuando concluye, mientras esté en curso es una accionado —en gerundio—, no un hecho consumado. Nada puede valorarse en definitiva en su curso, debe concluir para ponderarse en sus méritos y, éstos, únicamente se completan al final cuando la acción concluye.

Quién puede decirnos qué pasará al siguiente instante; qué mañana, qué en tres años.

El presidente dice que hoy podría irse sin problemas de conciencia, aunque no sea ésta el tribunal de su actuar, sino el pueblo de México.

Pero aún yerre el presidente en su mandante y juez inapelable, lo que quiero destacar es que “A la mitad del camino” no hay meta alcanzada, sólo hay lo que “fue”. No hay, pues, acción concluida ni valoración definitiva.

Ante lo rounds transcurridos, el Knockout no reduce sus posibilidades, las aumenta por el desgaste propio de la acción.

En otras palabras, la victoria de hoy, puede ser la catástrofe de mañana; el logro cantado, el descalabro a un paso; la meta a la vista, el abismo a nuestros pies.

Y lo dijo Nietzsche mejor que nadie: “el abismo más pequeño es el más difícil de salvar”.

Y tal es el abismo de Andrés Manuel.

Al final de su alocución ante su gabinete club, capilla y celda, me pareció percibir una derrota tácita: ¡hasta aquí llegué!, ya todo está hecho, nadie podrá cambiar lo alcanzado; me puedo ir sin problemas de conciencia. Mientras su manager, Juan Pueblo, lo observa con ojos de “no me jodas”.

Y nuevamente es Nietzsche quien viene en nuestro auxilio: “La voluntad no puede querer hacia atrás”, contra lo que ya fue. No puede “quebrar el tiempo ni la voracidad del tiempo —esta es la más solitaria tribulación de la voluntad”.

En otras palabras, lo hecho, hecho está; hacia delante todo está por hacerse, hacia atrás nada. El pasado es ya un mundo finito, una verdad metafísica. El futuro —encerrado en la posibilidad de cada instante— está, sin embargo, en el ámbito de lo infinito. Pero es el futuro que vendrá, en sus hechos y significados, lo que aterra a López Obrador.

El presidente sufre de una fijación al pasado —el histórico, aunque a contentillo, y el propio, quimérico—, no tiene perspectiva de futuro, como si el mañana y la historia de éste (mañana) —la verdadera, no la dictada en libros a modo— lo aterrara.

Regresando de alguna victoriosa campaña, Napoleón se encontró con un Arco del Triunfo levantado en su honor; lo mandó derruir de inmediato, sabedor que los monumentos construidos en vida efímeros son.

Por el contrario, en López Obrador se observa una urgencia casí existencial de petrificar sus “reformas y programas”, como si no supiera —y sí temiera— que nada escapa al fluir del tiempo finito.

El tema no es novedoso, es Nietzsche nuevamente quien nos da la clave con su concepto de “Egepticismo. Los filósofos creen tributar un honor a una cosa cuando la deshistorian, cuando la tratan sub specie aeterni (desde la perspectiva de lo eterno) —cuando hacen de ella una momia”.

Y momia es lo que López quiere hacer de su llamada transformación, antes de que los gusanos hagan de ella polvo.

Sólo la institucionalización permite que los actos y decisiones de las personas les sobrevivan; la personalización caudillezca de la acción fenece con su autor y, a veces, antes.

Por eso su urgencia, en una versión de Tutankamón y Akamenatón, de petrificar en libros en la mitad de la nada el mote de transformación.

López ha dejado de vivir el presente y construir desde él el futuro; se resguarda en lo que pudo ser, en la descripción de su fantasía y de un pasado martirizado por sus pesadillas.

De ahí su desfiguro de reducir la investidura presidencial a la de vendedor de gangas editoriales de dudosa autoría y a un concurso de simpatías.

Cuando un presidente se fuga —y más si es al pasado—, solo queda el abismo por destino.

Texto publicado originalmente en LFMOpinión.


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