Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
Estamos a tiempo de aprender a ser sólo lo mejor de ambas culturas. Cuesta trabajo, educación y persistencia, pero vale la pena. Nada de discriminación. Nada de fomentar la superioridad racial, el color de la piel, la diferencia religiosa o de género.
Especial
Ni indígena ni español, soy mexicano.
La Conquista hace 500 años se realizó empuñando la cruz y la espada.
Los otros pueblos nativos avasallados por el entonces Imperio Azteca contribuyeron también a su destrucción, convencidos de la posible liberación ante pesados tributos, abusos y sometimiento.
Alrededor de 700 peninsulares, 16 caballos y yeguas, cañones, arcabuces y demás artilugios de guerra, según Bernal Díaz del Castillo, emprendieron en 1519, desde su desembarco en Veracruz, esta histórica aventura de Conquista.
Quemaron o encallaron sus naves, en una guerra sin retorno que en 1521 destruyó Tenochtitlán.
La viruela, hueyzahuatl, cocoliztli y la sífilis. “La lepra grande o la de los granos y bubas” hicieron su mortuoria aparición y contribuyeron a diezmar la resistencia azteca. Para unos fue una tragedia adicional, para otros una señal divina.
Casi nada qué hacer, los dioses nos habían abandonado.
Muy en dirección a la religiosidad, cosmovisión y creencias de Moctezuma Xocoyotzin y de la élite de la sociedad mexica, convencidos de que los invasores eran semidioses o enviados del todopoderoso ya que “del este vendrán hombres blancos y barbados”, los recibieron con regalos y solicitudes de bienestar, implorando su regreso al mar.
En lugar de apaciguar el supuesto enojo y malestar, se exacerbó su codicia y avidez por el oro y la plata, por el dominio territorial y de servidumbre, además fomentó la necesaria crueldad de la empresa y el valor de su aventura. De todos modos, los indígenas carecían de alma, su evangelización los salvaría de su descomunal e infausto destino.
Los aventureros conquistadores extremeños supieron imponer su fuerza y superioridad armamentista y equina, para promover el mito. Además, contaron con el auxilio de miles de indígenas resentidos contra la metrópoli mexica.
Se calcula que alrededor del 80% de los habitantes de Mesoamérica fallecieron a causa de las batallas, la explotación y las epidemias a finales del siglo XVI.
Miguel León Portilla relata cómo se empeñaron los conquistadores en demostrar la superioridad de sus dioses en cada batalla, frecuentemente escondidos los indígenas rezaron a sus ídolos. El dios barbado se impuso y sin embargo, en la Visión de los Vencidos, se cuenta que en náhuatl se relata la derrota… “para nunca olvidar la saña y el dolor”.
Fueron 300 años de dominación española y apenas son 200 de México independiente. Los criollos y mestizos comandaron la Independencia, para lo cual mucho contribuyó la invasión napoleónica a España y la deposición de Fernando VII del trono hispánico para ser sustituido por Pepe Botella. Todavía en un principio el grito de liberación fue: “Muera el mal gobierno. Viva Fernando VII”.
Aún hoy se distinguen indigenistas e hispanistas, en un duelo antediluviano innecesario. Somos la nación de “la raza de bronce”, de trabajo y creación con magníficos artistas, músicos, pintores, escritores, astrónomos, constructores. Somos un país de relativa paz y de sobrevivientes del aplastaste dominio de la “hegemonía yanqui”, a pesar de haber perdido más de la mitad del territorio nacional a mediados del siglo XIX.
Como toda Latinoamérica, hemos vivido de crisis en crisis, ya casi nos acostumbramos. Hemos desarrollado recetas de sobrevivencia a pesar de las pandemias, de guerras internas, de violencia de narcos y malandros.
A pesar de pésimos gobiernos no perdemos la esperanza.
Hemos sido testigos de regreso ridículamente a Caparroso en busca de los abuelos o de Adán y Eva, y del admirable nacionalista, Lázaro Cárdenas del Río, expropiador del petróleo, de Adolfo López Mateos, que recuperó la energía eléctrica. Y de otros muchos vende-patrias.
A veces nos alegran muestras como esta que ya es una realidad. Lo publiqué en abril de este año, cuando la mayoría apostaba a la debacle, es una ‘bola de humo’ sentencié:
(…) Me parece que la chabacanada de la Cámara de Diputados no tiene futuro alguno. Espero que el transitorio tenga rápido fin, una muerte indolora y sea sólo una anécdota en la tragicomedia legislativa.
Mi tocayo Arturo Zaldívar ha demostrado ser un hombre probo y dejará con un dedo ensartado la pretendida vigencia del susodicho transitorio sobre el alargamiento del término. Sólo falta que sea el momento preciso y se presenten las necesarias controversias constitucionales que obligarán a la Corte en su conjunto, a manifestarse sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad del transitorio citado y, en su caso, de la propia Ley en comento. O él se negará, en su caso.
El addendum es el presente: aprendamos a ser orgullosos de lo que somos, mexicanos de los pies a la cabeza con antecedentes indígenas y españoles. Seamos lo mejor de los dos mundos y reproduzcamos nuestra vitalidad para siempre.
En este tiempo nada está completo sin recordar a Cuauhtémoc, el “único héroe a la altura del arte”.
“Señor Malinche, he cumplido con lo que estaba obligado en defensa de mi ciudad y de mis vasallos…y pues vengo por fuerza y persona y poder, haz de mi lo que te plazca”.
Hay derrotas que enaltecen.
Así, con el correr del tiempo, la Conquista unió a vencedores y vencidos en el mestizaje de lo mejor y lo peor de los dos pueblos.
Estamos a tiempo de aprender a ser sólo lo mejor de ambas culturas. Cuesta trabajo, educación y persistencia, pero vale mucho la pena. Nada de discriminación. Nada de fomentar la superioridad racial, el color de la piel, la diferencia religiosa o de género.
¡Viva México!
Publicado originalmente en LFMOpinion.
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