Panóptico


Día de luto nacional

Jorge F. Hernández fue cesado por ejercer sus libertades de pensamiento y expresión. Su voz fue callada desde un poder que encuentra grave e indigno disentir de uno de sus consentidos, así su postura sea en sí misma cuestionable. Como todas.

#TheBunkerNoticias | Día de luto nacional
Por: Luis Farias Mackey
  • 08/08/2021

Un falso insulto lleva a clamar desde la presidencia de la República por la desaparición de todo el entramado electoral en México. Y, ahora, un artículo de opinión, en un diario nacional es motivo de cese fulminante del escritor Jorge F. Hernández como ministro Cultural en la Embajada de México en España.

No cabe duda, el miedo se huele y el poder descentrado sufre siempre pavor a la inteligencia y a la libre circulación de las ideas y opiniones.

Partamos de que la libertad de expresión es, todavía, un derecho humano reconocido, garantizado y protegido por nuestra Constitución. “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en caso de que ataque la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque delito alguno o perturbe el orden público”, artículo 6º constitucional.

Por sobre este precepto pasó la Secretaría de Relaciones Exteriores al cesar a Jorge F. Hernández por “comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional”. Se lee en un comunicado firmado por el Dr. Enrique Márquez en Twitter, mismo que copiamos en su versión original porque luego fue cambiada.



Seguramente espantado por el calificativo “grave”, el Dr. Márquez reculó con otro tweet por el que podrá juzgar Usted el valor de su proceder y consistencia.



Pues bien, ¿qué motivó la ira institucional contra el literato? Un artículo publicado en las páginas de Milenio el jueves pasado donde expresa su parecer sobre el placer en la lectura.

Todo empezó con un personaje muy menor y lóbrego, de nombre Marx Arriaga, Director de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública (SEP), para quien “leer por goce es un acto de consumo capitalista”.

Por supuesto que le asiste al Señor Marx apreciar la lectura como bien se le pegue la gana. Lo que no procede es que no se pueda disentir de su parecer y, menos aún, opinar al respecto.

Hernández, con gran finura, inicia su texto citando a la hija de Marx y, para evitar mayores confusiones, acota que se refiere a Karl Marx, no a ningún Marx cualquiera. La hija de Karl tradujo al inglés Madame Bovary, “me conmueve imaginar —apunta Hernández— que en la desvencijada mesa del comedor familiar había cuartillas de la prosa pura de Gustave Flaubert revoloteando al lado de las hojas que caían como otoño cerebral del padre preocupado por la lucha de clases, la plusvalía y el ejército industrial de reserva… y supongo que no faltará el Marx o marxista que argumente que Jenney Julia Eleanor Marx tradujo la vida loca de Emma Bovary para apuntalar la crítica a la frivolidad burguesa, a la oxidada sociedad campirana y demás dijes del capitalismo consumista. ¿O no? Quizá Eleonora Marx tradujo a Flaubert por ganarse un dinerito y ayudar a poner comida sobre la mesa de los Marx sabiendo que también traducía por el mero placer de navegar esas páginas que han de ser leídas por sécula seculórum, por obligación en ciertas escuelas, por intriga y curiosidad de alguna mujer fogosa, por algún personaje judío y en fuga soñado por Woody Allen… o simplemente por placer”.

El placer, lo que agrada, lo que produce gusto, pareciera ser algo que desquicia a las estructuras de poder que prefieren mantener a raya a sus ciudadanos, siempre en combate, siempre bajo asecho, siempre bajo vigilancia. ¿Será porque el placer de una flor, una palabra, un atardecer, una sonrisa no se puede apresar, ni encadenar, ni prohibir? Cressole señala que para herederos ciertas izquierdas no se trata tanto de comprender al otro como de vigilarlo.

Por supuesto que franjas importantes de la sociedad no coinciden con Marx Arriaga y lo critican, se llama libertad de pensamiento y de expresión. Algunos más intentarán comprenderlo en su circunstancia. Los más, seguramente, lo tiraron a loco. Pero aquí hablamos de individuos, no de autoridades.

Ahora bien, cuando una autoridad, obligada a salvaguardar las libertades y derechos de sus gobernados, procede a mancillarlos sin hacer, al menos, un esfuerzo de lectura y comprensión, es que quizás, ya llegamos a lo que propone el Marx Arriaga: lectura por consigna: “se puede leer —sostiene Jorge F. Hernández— bajo la muy ideologizada militancia del errado o confundido bibliotecario improvisado que acaba de clamar algo en torno al consumismo capitalista como afán opuesto a quienes creen que leyendo reviven Playa Girón o las heridas de Camboya, cuando en realidad su tufillo más bien apesta a Pol Pot (que no es precisamente un guiso inglés), ese demente que pintó en letras rojas la condena fanática contra todo aquél que llevara lentes, gafas o quevedos de diversa dioptría ‘pues revelan que se trata de un lector’. Por supuesto que se puede exhortar al populis a que lea por adiestramiento, por memorización, por inculcación ideológica y como ungüento de uniformidad”.

Pero Hernández prefiere enlistarse “en favor de quienes leemos por insomnio, para viajar sin maletas a cualquier paisaje y sin reloj a cualquier hora y época; hablo de los que leen en voz alta para compartir una trama y los que leen en silencio para hablar con dioses, ligarse a una musa o matar a un tirano… y hablo del que lee por pendejo porque no le queda de otra y el que lee las instrucciones para no dejarse engañar con un electrodoméstico y por supuesto por la niña que se talla los párpados en el instante luminoso de una línea donde un adolescente lee que es escrito como mago de maravillas en el libro que lee un anciano al que le leen en el asilo lo que una viejecita escribió en su juventud para dejar aclarado ya para siempre que en el fondo se lee por placer y diversos placeres se quedan en pura lectura, así sigan babeando las recuas increíbles de advenedizos absolutamente ilegibles”.

En fin que cada quien lea como quiera y para lo que busque y le cause placer.

El tema está en el carácter de “comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional".

Ricardo Valero, embajador de México en Argentina fue filmado en una librería robando libros. Finalmente se vio orillado a renunciar, pero no obstante los videos profusamente difundidos, la Cancillería alegó, y con razón, el derecho a su legítima defensa y procedimientos administrativos para procesar su caso sin violentar derechos y honras.

No fue el caso con Hernández.

Pero el punto aquí es determinar ¿cuáles fueron los “comportamientos graves y poco dignos” de Jorge F. Hernández?

¿Sostener que él sí goza con la lectura?

¿Hacer mención Hernández de “que se puede leer bajo la muy ideologizada militancia del errado o confundido bibliotecario improvisado”? O bien que, como “ese demente que pintó en letras rojas la condena fanática contra todo aquél que llevara lentes, gafas o quevedos de diversa dioptría ‘pues revelan que se trata de un lector’. Por supuesto que se puede exhortar al populis a que lea por adiestramiento, por memorización, por inculcación ideológica y como ungüento de uniformidad, es un comportamiento grave y poco digno”. Pero, es ello, ¿es un comportamiento grave e indigno? ¿Por? ¿Acaso no responde y describe lo que quien inició la conversación puso en el tapete de la discusión?

¿O será porque sostiene que habla del que lee por pendejo porque no lo queda de otra y el que lee las instrucciones para no dejarse engañar con un electrodoméstico?

¿O porque él, Hernández, opta por leer “por placer” y porque “diversos placeres se quedan en pura lectura así sigan babeando las recuas increíbles de advenedizos absolutamente ilegibles?

Suponiendo, sin conceder que se refiera al Marx Arriaga cuando escribe “la muy ideologizada militancia del errado o confundido bibliotecario improvisado que acaba de clamar algo en torno al consumismo capitalista”, ¿es un comportamiento grave y poco digno, primero, disentir de su parecer; segundo, “ideologizada militancia” es una ofensa; tercero, “errado y confundido bibliotecario improvisado” le falta al respecto y, cuarto, ¿ello es motivo suficiente para cesar a un funcionario fulminantemente?

¿No hay ejemplos de faltas verdaderas y probadamente graves en esta administración que simplemente se pasan al olvido?

Lamentable evento éste para México.

Hoy es un día de duelo.



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