Mujeres líderes, expertas y activistas se reúnen para construir la agenda de género de la CDMX
Cuando el capitán temerariamente dirige su navío a la tormenta, porfiando contra lluvia, trueno y relámpagos, osa contra la naturaleza, como el niño en la playa vaciando con su cubetita océanos en la arena.
canva.com
A fuerzas ni los zapatos, dice la máxima de abuelita. Todo en el universo fluye, aún los grandes desastres cósmicos son parte de un flujo universal que va acomodando las cosas en su razón de ser.
Es natural que el líder esté convencido de su proyecto y haga todo lo que esté a su alcance para alcanzarlo. Pero, por igual, que debe de considerar sus condiciones. “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no soluciono ésta, no me soluciono yo”, dijo Ortega y Gasset.
En política, la tendencia que imprime la voluntad se enfrenta a la estructura, que es la realidad, en una tensión permanente. La voluntad quiere ordenar el mundo, guiar el cambio, normar el acontecer. Pero las más de las veces, es como un niño en la playa que quiere vaciar los océanos en un pequeño hoyo en la arena.
López Obrador dice que “la cuarta transformación va; llueva, truene o relampaguee vamos a consumar la cuarta transformación en la vida pública de México”.
Tendríamos que empezar por traducir esa abstracción en algo objetivo y medible. Pero con independencia a estos requerimientos para el análisis, el político debe siempre debe estar abierto a lo imprevisible.
Una pandemia, el derrumbe en el metro, inundaciones, crisis económicas, el crimen global, traiciones, voracidades, errores, descuidos, necedades. Todo juega en política y un instante puede cambiar el proyecto en parte o completamente.
La verdad es que, llueva, truene o relampaguee, la realidad es muy necia y termina por imponerse al voluntarismo más persistente.
No se trata de claudicar, sino de sacar de lo imprevisto lo mejor.
En otras palabras, en vez de porfiar que contra viento y marea habrá de prevalecer lo que López Obrador llama 4T, debiera, como el buen timonel, otear en los cielos los vientos, las lluvias, los truenos y los relámpagos para llevar a la nave buen puerto.
Aquel capitán que adentra temerariamente su navío en la tormenta bajo la consigna de “va, llueve, truene o relampaguee; me canso ganso”, quién sabe si salga de ella.
Lo importante es el navío, no la quimera.
Y el navío somos nosotros.
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