Espiral


El tapadismo es un juego de poder, no de rescate

El tapadismo es un complicado juego de poder para lanzar exitosamente a un candidato dentro un sistema hegemónico, pero no una estratagema de distracción para ocultar desastres ni errores. El tapadismo no revive muertos, pero puede acabar poderes.

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Por: Luis Farias Mackey
  • 17/07/2021

El derrumbe de la Línea 12 dejó en ruinas a los dos punteros en el corazón sucesório de López Obrador.

Experto en sacarle la vuelta a los problemas distrajo, simuló, apuntó al pasado, acuso a sus adversarios, dejó correr el tiempo, prohibió que nadie hablara del tema, más que él; pacto con Slim que pagará, a cambio de no judicializar el tema —chantaje se dice penalmente—, y silenciosamente se deshizo de la fatal directora del Metro.

Pero no fue suficiente. No le preocupaban ni preocupan los 27 muertos y decenas de heridos por errores de planeación, diseño, construcción, administración y mantenimiento de esta línea maldita. Le aterra haber perdido la mitad de la Ciudad de México donde se asienta el 90% del PIB de la capital.

Y, peor aún, quedarse sin candidato competitivo, según sus personales apreciaciones, para el 2024.

Que del Metro se encargue Slim. De hecho, del nuevo director del organismo no se sabe nada, salvo sus declaraciones al llegar y tras el primer percance de su administración, una inundación con todo y cascadas. Para él lo importante es recuperar la Ciudad de México y recuperar a sus principales dos gallos.

Así, con la creatividad que caracteriza a él y a la entelequia llamada Cuarta Transformación, inventó un juego de corcholatas, que no es otra cosa que el juego del tapado.

Si ya de por sí la percepción de su gabinete no puede ser más desastrosa y descalificante, su símil a corcholatas no le augura amplias posibilidades de cultivarlas en verdaderas perlas.

Pero ese no es el tema, sino que López se vio forzado, o al menos no le dio para otra ocurrencia, que traer del pasado la tara más dañina del presidencialismo hegemónico y personalista del priismo arcaico. Acedo, diría Ángel Verdusco.

Con ello pretende cambiar conversación y dinámica, de suerte de abstraer a sus corcholatas de la masacre en el Metro y sus varias capas de envolturas de corrupción, y hasta revivió el asunto de la escuela Rébsamen, guardado entre los olvidos del régimen, junto con Lozoya, Pío, Martín, Felipa, León, Bartlett y súmele usted a discreción.

De la nada y en unos cuantos días, resurgió el tema, se sancionó a personas y se dio, así, por muerto. Para evitar que los muertos del Rébsamen se levanten más cercanas las elecciones y alineen escuadras con los de la Línea 12. Todo, pues, en una lógica electorera, muy ajena a la justicia y a la verdadera política.

Pero no hay nada en política que no implique riesgo, tiempo, sacrificio y dolor.

Para algunos es un juego, pero es un juego en el que se paga mucho para entrar y más para salir y, más aún, por haber salido.

Lo que me lleva a una conversación con Javier García Paniagua en la cocina de su casa en la lateral del Periférico con un Nescafé con agua que él hervía en la estufa.

—Mira Luis, el momento más difícil en el juego del tapado es el destape. Requiere de toda la fuerza del Estado. Es como el despegue de un avión; se requiere de toda la potencia de sus motores, de un consumo elevado de combustible; donde, además, toda su estructura se somete a un trabajo extremo y hasta el último de sus tornillos requiere cumplir su función con precisión y eficacia. Ese esfuerzo se llama poder y es el último que ejerce a plenitud el gran elector antes de iniciar su ocaso. ¡Si es que lo tiene! (poder, porque el ocaso es seguro).

López Obrador abre un juego que no conoce más que románticamente en su sobreponderación del presidencialismo exacerbado y lo hace muy adelantadamente. Y este juego tiene sus propias reglas y los jugadores tienen que jugarlo ante una masa que, en este nuevo circo romano que acaba de abrir, clama por sangre, combate y fieras.

Como en el Juego de Abalorios, el juego tiene unas reglas básicas explícitas e implícitas, pero una vez empezado, el jugador tiene que subsumirse en las reglas y, con ellas, construir una sinfonía y poesía de reglas inéditas e inauditas. Es juego de reglas que se desdoblan en génesis de reglas que se hacen y mueren al momento en un concierto único y sinfónico de reglas.

López les llama corcholatas, seguramente porque piensa que va a poder moverlas a discreción en su tablero de mañaneras, pero, como el aprendiz de brujo, desconoce que la varita mágica con que tocó a sus corcholatas les dio vida propia y dinámicas externas que ni él ni ellas controlan y que influyen en la justa.

López abrió un juego que no va a saber jugar, porque lo suyo es imponer, y el tapadismo, llámese como se le llame, es un juego de ajedrez, no de marchas, plantones ni mañaneras.

Precisamente Juego de Tronos es la trama que se desata cuando dos hermanos amantes juegan al poder y despiertan infiernos e inviernos en la tierra toda.

El juego adelantado y desmandado va a debilitar motores, consumir inútilmente gasolina y desvencijar el ya de suyo inservible aparto de gobierno.

López no entiende que el tapadismo es un complicado juego de poder para el poder, a fuerza de estar en condiciones de lanzar exitosamente un candidato dentro de un sistema hegemónico actuante, no imaginativo, no así una estratagema distractora para ocultar desastres ni errores. El tapadismo tampoco revive muertos. Y, si no se le juega bien, lo que se pierde es poder.

La pregunta es si cuando llegue el día de las palabras mayores tendrá López la fuerza suficiente y las condiciones adecuadas para un lanzamiento de esa envergadura o, como el caso de los aeropuertos, en lugar de un NAIM tendremos una centralita de aviación.

Finalmente, las condiciones económicas, de inseguridad, salud y percepción de gobernanza tampoco le habrán de abonar, salvo sus déficits.

“Ese esfuerzo se llama poder y es el último que ejerce a plenitud el gran elector antes de iniciar su ocaso. ¡Si es que lo tiene!”


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