El texto que usted está por leer puede contener elementos de ficción… lo sabremos en la mañanera.
Especial
El ajetreo en Palacio empezó madrugando a la misma madrugada. Su inquilino pasaba revisión personalmente a todos los detalles.
Mal empezó el día cuando le informaron que la recepción sería por la puerta Central y no por la Mariana, donde tenía planeado tomas de oportunidad con la vicepresidenta norteamericana y el Jetta blanco.
—Pero cómo que no —preguntó a un Marcelo con cara de What.
—Lo importante, con todo respeto señor presidente, no es por dónde entre ni que usted le muestre el Jetta. Eso para la relación bilateral es intrascendente. Lo verdaderamente importante son los temas a discutir en la reunión cerrada y que quisiera, si me permite, comentarlos con Usted.
—No Marcelo, hay prioridades por sobre ello. A ver, Jesús, ¿traes los zapatos que te pedí?
—Si Señor presidente, tenemos tres pares a escoger, que dispuso sobre el escritorio presidencial.
—¡No mames Jesús!, ¿Qué es esto? ¿Qué parte de la estrategia no entiendes? ¡No, no contestes! Déjalo ahí mejor. Pero éstos no me sirven. Necesito unos zapatos verdaderamente viejos, sucios, raídos.
—Lo entiendo señor, pero usted no viene de la calle o de una obra en construcción para presentarse con un calzado sucio y cubierto de polvo. Usted baja de sus alcobas en Palacio a recibirla, por qué habría de traer zapatos de pordiosero.
—Te digo que nadie me entiende. Los que piensen así me tienen muy sin cuidado. Los zapatos tienen que ser una piltrafa para que mis seguidores se enorgullezcan de un presidente verdaderamente juarista.
—Pero tenemos que pensar en la crítica del día siguiente.
—Así es Jesús, a quienes critiquen los zapatos les contestaré desde la mañanera que ya no saben qué inventar para atacarme, en lugar de atender los horizontes abiertos de los grandes acuerdos alcanzados con Kabala…
—¡Kamala, Andrés Manuel!, ¡Ka-mmma-la! —no pudo aguantarse Marcelo.
—Un presidente dedicado en cuerpo y alma a su pueblo no tiene porqué hablar inglés y le voy a decir Kabala delante de los medios para que también se ocupen de eso los conservadores. Y, Marcelo, deja de preocuparte. Si por mí fuera, la hubiese recibido en la terminal del Felipe Ángeles y con el Jetta blanco.
—Lo intentamos señor presidente hasta lo imposible —terció un Marcelo cada vez mas preocupado por el rumbo que tomaban la organización y prioridades de la visita de la vicepresidente Harris a Palacio.
—Pues sí, Marcelo, pero debiste convencerlos de ir a la mañanera, no de llegar después de ella. Quería a la gringa allí sentada.
—Lo intentamos, pero no hubo manera que el Secret Service lo aceptara.
—Pues debiste de insistir, la simbología del nuevo aeropuerto, el Jetta, los zapatos y la mañanera eran la combinación perfecta.
—Señor, si pudiéramos ver los temas de la agenda de la reunión privada.
—Marcelo, despreocúpate, les voy a repetir lo de tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos y lo de sembrando vida y jóvenes conquistando el futuro.
—Ya nos dijeron que no son parte de la agenda pactada.
—Pues era tu obligación meterlos, ¡Chelito! Debí encargárselo a Claudia.
Marcelo optó, una vez más, por el silencio y contar los cuadritos del parqué del piso por respuesta.
—Consígueme Jesús unos zapatos que verdaderamente den pena ajena.
—Señor —interrumpió una ayudante próxima a ocupar un cargo en algún organismo autónomo, cualesquiera que este sea—, señor presidente, lo más importante al llegar va a ser la firma del convenio de colaboración con USAID, no los zapatos.
—No vuelvan a mentar delante de mí a la maldita madre esa de la USAID. Primero me llevan a acusarla de ser un instrumento injerencista de mis golpistas preferidos, y luego, Marcelo, sí, tú, Marcelo, quieres firmar ahora, en el bendito patio central de Palacio y como primer acto, un papel con ellos.
—Son ellos, señor presidente, quienes insisten en que lo hagamos.
—Pues por eso necesito unos pinches zapatos bien jodidos. A ver si entienden: o la gente habla del pinche convenio o habla de mis zapatos. ¡Ustedes decidan!
“Mil quinientos treinta nueve, mil quinientos cuarenta, mil quinien…”, contaba en silencio el Canciller los cuadritos de parqué.
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